en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La jerarquía católica y los sepulcros blanqueados

La intervención de Martínez-Camino sobre la ley del aborto es la de un fanático, la de un tipo peligroso, la de un cura trabucaire. Esta vez ha vuelto a intervenir en la esfera pública con amenazas dirigidas a los creyentes y a los diputados que apoyen la reforma de la ley del aborto. En su opinión, los fieles no pueden apoyar el proyecto de ley ni darle su voto pues si lo hacen “están objetivamente en pecado público y no pueden ser admitidos en la sagrada comunión”. Eso sí, el portavoz de los obispos ha explicado que ello no supone la excomunión, que “está prevista en el Código de Derecho Canónico para quienes son cooperadores directos de un aborto realizado”. En este grupo se engloban las mujeres que se someten a la intervención, el personal sanitario e, incluso, la pareja que secunde la medida. Y ha ido todavía más allá con esto de la excomunión: "Cualquier católico que mantenga la afirmación de que es legítimo quitar la vida a un ser humano incurrirá en herejía, y por tanto, estará excomulgado".

El instinto inquisitorial lo llevan algunos prelados -como es el caso evidente de Martínez Camino- en sus genes. El actual Pontífice, Joseph Ratzinger, llamado ahora Benedicto XVI, fue –durante muchos años y antes de ser proclamado Papa- prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. O sea, Ratzinger era el jefe del sucedáneo moderno de la Santa Inquisición. Persiguió a los teólogos considerados heterodoxos y actuó contra ellos, sobre todo contra quienes defendían la Teología de la Liberación. Esta admirable teología se resume, grosso modo, en amar al prójimo como a uno mismo y, más todavía, si el prójimo es pobre o se halla marginado de la sociedad opulenta.

Ejerció Ratzinger, con gran perseverancia, de policía del pensamiento e incluso debió de creerse que así cumplía con su deber de propagar el catolicismo. Pues bien, si todo este tinglado que contemplamos en la actualidad es, de verdad, el catolicismo, que venga Dios Nuestro Señor y lo vea. Estamos seguros de que Jesús de Nazaret, lo primero que haría -a la vista del espectáculo- es echar de los templos a los mercaderes de la fe. Expulsaría sin contemplaciones a los que han escalado sin escrúpulos hasta llegar a puestos muy confortables en el organigrama de la Iglesia, ocupando poltronas gracias a contentar a sus superiores a cambio de transgredir el verdadero mensaje de Cristo.

Condenan a fondo los jerarcas eclesiásticos el uso los condones o de cualquier otro método anticonceptivo. Condenan el aborto [callan, no obstante, cuando el Gobierno es de derechas]. Condenan su regulación más racional. Condenan el divorcio. Condenan el sexo fuera del matrimonio. Condenan que el sexo se utilice al margen de la procreación. Condenan los matrimonios homosexuales. Condenan la masturbación. Son unos obsesos de estas materias y dejan en la práctica de lado a los millones de niños hambrientos que mueren o mal viven en África y en otros continentes. Siempre apoyan, directa o indirectamente, a los más fuertes y no a los más débiles, Arremeten contra el relativismo y la libertad de conciencia. Son sepulcros blanqueados. Se creen estos jerarcas católicos los herederos de Cristo pero –como Judas- lo han traicionado.

(Recogido de El análisis de Enric Sopena en elplural.com)