en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Mas, un tipo tóxico.

Artur Mas es un político tóxico. Un politópata, si se me permite el neologismo construido por analogía con psicópata o sociópata. Un personaje manipulador que pervierte cuanto toca llevando a la destrucción a quienes confiaban en él. Así lo traslucen sus rasgos caracte-riológicos (envidioso y egocéntrico, conspirador y victimista, fabulador y fraudulento), que le asimilan al tipo de personalidad tóxica que definen los psicólogos. Y así lo revela su trayectoria, movida por la ambición de abrirse paso traicionando a cuantos le rodean.

Primero acabó con Miquel Roca Junyent y Josep Antoni Duran Lleida, los delfines llamados a suceder a Jordi Pujol, a fin de monopolizar el principado nacionalista. Después se propuso derribar a Pasqual Maragall haciendo fracasar su proyecto de nuevo Estatut, mediante una doble maniobra que primero forzó su radicalización soberanista en el Parlament para después pactarlo a la baja con el presidente Rodríguez Zapatero en La Moncloa.
Luego pervirtió el moderantismo conservador de su partido para abrazar el radicalismo neoliberal de los recortes austericidas. Y cuando vio que sus electores desertaban no dudó en pasarse al independentismo de ERC, a fin de fagocitarlo en su propio beneficio.
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Lo más extraño es que con ese historial a sus espaldas haya podido llegar indemne hasta aquí. ¿Cómo es que todavía tiene un séquito dispuesto a suicidarse con él? Sin duda por su capacidad manipuladora, que le ha permitido hacer a sus cómplices unas ofertas fraudulentas que estos no supieron rechazar, quedando atrapados en una conjura de encubrimiento mutuo. Es la conocida táctica de hundir los puentes o quemar las naves, a fin de que los conjurados ya no puedan rectificar ni dar marcha atrás. Y los únicos que han logrado escapar del mortal abrazo de Mas han sido los ingenuos salvajes de la CUP, que han sabido hacer oídos sordos a sus perversos cantos de sirena.