El mundo asistió este domingo al nacimiento de un nuevo Donald Trump, el belicista, que desmiente con sus acciones las abundantes promesas y declaraciones del Trump que expresaba retóricos deseos de paz y subrayaba su aversión a inmiscuirse en los regímenes políticos de terceros países como hicieron algunos de sus predecesores en la Casa Blanca.https://elpais.com/opinion/editoriales/
La realidad es que no hay paz allí donde prometió que la habría “en 24 horas”: ni en Ucrania ni en Gaza. Todo lo contrario.
Las fuerzas aéreas bajo sus órdenes bombardearon ayer Irán, prescindiendo del plazo de 15 días que él mismo había fijado como ultimátum al régimen de Alí Jamenei para que renunciara a su programa de enriquecimiento de uranio y se rindiera sin condiciones.
En la pugna que divide el trumpismo entre aislacionistas y militaristas, estos últimos han convencido al presidente de que utilizara primero la diplomacia del engaño y después, la fuerza en grado máximo. Una estrategia que ha descolocado a la comunidad internacional.
La responsabilidad de quien inicia una guerra es máxima, pero ninguna de estas preocupaciones parece haber estado en la cabeza del tándem belicista formado por Trump y Netanyahu.
La vía militar recién emprendida por Washington conduce al laberinto de la guerra sin fin. Por grande que sea el momentáneo éxito belicista, es una exigencia moral y política no cerrar el camino a la diplomacia, el único que, aunque hoy parezca utópico, puede llevar algún día la paz a Oriente Próximo.