La auténtica señal del idiota, el idiota pata negra, el idiota a la enésima potencia es aparentar estar tan seguro de sus gilipolleces, tan repleto de imbecilidad, que no le cabe la menor duda sobre lo que "expulsa por su boca".
Entre los grandes éxitos de esta moda de ser idiota destacan las vacunas, la Tierra plana, la no llegada del hombre a la Luna, el socialismo de Adolf Hitler y la invasión subrepticia de Europa a través del top manta. Abascal, un auténtico especialista en el tema, soltó una idiotez tan tremenda la semana pasada que contenía tres o cuatro idioteces más:
"Hay que hundir el Open Arms porque es un barco negrero".
Dicen que está de moda ser un canalla, un desalmado, un malote, pero lo cierto es que la auténtica sensación, lo último de lo último, consiste en ser idiota. Es difícil saber que vino antes, si el huevo de la gilipollez o la gallina de la depravación, una discusión que se remonta por lo menos a Sócrates, quien ya advertía que no se podía ser malo a sabiendas, que la maldad no es más que una consecuencia de la ignorancia.
Sócrates hubiese flipado mucho en nuestra época, cuando, en lugar de una pregunta desde el Ágora, le habría caído un chaparrón de memes, insultos, collejas virtuales y videos de gatitos. Sócrates es que no conocía a Abascal, a Milei, a Trump o a Ayuso, y eso que salió ganando. Llega a conocerlos y, en vez de beberse la cicuta, se corta el cuello con una piedra y se tira desde lo alto de la Acrópolis.
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