Al PP le fue realmente bien en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, y el 23 de julio fue la fuerza más votada. Pero las elecciones generales solo se ganan en la medida en que permitan armar una mayoría parlamentaria para ser investido y formar gobierno. En un sistema parlamentario y no presidencialista. Diciendo lo que ha estado diciendo solo ha hecho el ridículo.
2º. Seguidismo de Aznar, recurrir al radicalismo callejero
y hacer el ridículo.
Cuando no se tiene fuerza política suficiente se recurre el radicalismo callejero. La concentración de militantes del PP en el barrio de Salamanca de Madrid el 24 de septiembre ha sido un bramido de impotencia. Ese mismo día el PNV juntó más gente en su Alderdi Eguna. Cualquier manifestación que se ha hecho en Madrid en defensa de la enseñanza o la sanidad pública ha reunido diez veces más de partidarios.
3º. Ha sido demencial apostar por un tamayazo.
La derrota de Feijóo en la sesión de investidura expresa los resultados del 23 de julio, la soledad del Partido Popular y el absurdo planteamiento con el que la ha encarado. Ha sido demencial apostar por un tamayazo, como única posibilidad de obtener los votos que les faltaban para ser investido. Es patético que Feijóo haya convertido su investidura en una moción de censura a un Gobierno inexistente y en un acto de propaganda política trufado de numerosas mentiras. Se siembra miedo porque se espera que de él nazca la sumisión o, peor aún, la estupidez.
4º. La incapacidad para articular una derecha
democrática y europea.
Está siendo su principal fracaso. El principal obstáculo para encontrar un perfil de partido conservador y democrático es su relación con la ultraderecha. Al PP le pasa como en la copla: ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios, sin Vox porque me matas y sin Vox porque me muero.