31.
Seguía haciendo mucho frío en Bilbao. Estaba siendo el invierno más duro de los últimos años. Frío y lluvia. Nieve en el Ganeko y por la zona del Pagasarri. Nieve, mucha nieve, en el Gorbea. Pedro había subido muchas mañanas en el funicular a Artxanda para dar un paseo por las alturas y disfrutar de las vistas. El enclave en el que se asentaba Bilbao era fantástico. Montañas nevadas a un lado, el mar Cantábrico al otro. En el centro una ciudad abarcable y acogedora.
Esa misma noche volvían las cenas de Iturribide. Además iban a tocar por primera vez ante un público que no fueran los fugaces y sorprendidos clientes de la tienda de Nordin que, en alguna ocasión al entrar en el establecimiento a comprar algún producto, descubrían a los tres músicos ensayando al otro lado del mostrador. Juntos iban a interpretar, entre otras, una canción de Damián Rice: “Volcano”. Robert con la guitarra y la voz, Nordín con su cajón de elaboración casera y él con la mandolina. Tres acordes que dominaba a la perfección. Mi menor, do y re. Él se encargaría de tocar algunas notas sueltas, para darle color a la canción. Y luego, si esa primera canción salía bien, un viejo tema de Dylan con cuatro acordes: do, fa, sol y la menor. Varias canciones más y fin de la actuación.
Así que Pedro se presentó con la mandolina en Iturribide a las cinco de la tarde, tras haber echado una reconfortante siesta. Allí estaban sus dos amigos, ajetreados con la preparación de los platos. Robert estaba preparando unos trozos de sushi, enrollando el arroz, el salmón y el aguacate en las algas que había comprado en aquella tienda de San Francisco donde se encuentran los mejores productos chinos de toda la ciudad. Nordin cocinaba el tallín de pescado, con verdeles. Robert le había ordenado que quitara bien las espinas, pues no era nada agradable pelear con ellas mientras comías. Nordin le dijo que en su país no se hacía tal cosa, que cada uno debía velar por la seguridad de su garganta. Pero finalmente el criterio del americano se impuso. Los comensales que asisten a estas cenas vienen a disfrutar, no a sufrir intentando extraer pinchos de la boca. Ese era el argumento que no paró de repetir hasta que Nordin accedió a limpiar los peces.