Si es usted católico y homosexual, lo siento mucho, pero tiene usted un problema bien serio y debería consultar a un psiquiatra. No lo digo yo, lo dice el Papa, cabeza visible de la Iglesia católica, lengua infalible del rebaño y una verdadera autoridad en cuestión de enfermedades mentales desde los tiempos en que el Vaticano ordenaba pegar fuego a libros, brujas, filósofos y científicos.
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Como se ve, el Papa Francisco sigue al pie de las letras las enseñanzas evangélicas: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Con la izquierda pide perdón y enjuga lágrimas de cocodrilo por los miles de abusos cometidos y amparados en el seno de la iglesia católica; con la derecha repite el mazazo homófobo de siempre, condenando la homosexualidad al reino del pecado, la enfermedad y la impudicia. Dejad que los niños se acerquen a Freud.
Para terminar de arreglar las cosas, el Papa ha recetado las excursiones infantiles al diván justo en mitad de la tempestad de mierda que vuelve a caer encima de la iglesia católica a raíz del escándalo de Pensilvania.
Al Papa Francisco no lo tragan en el Vaticano por razones que tienen muy poco que ver con la teología y todo con el poder: por eso sus detractores están usando toda la artillería disponible, incluida la acusación de encubrir personalmente los abusos del cardenal Thedore McCarrick.
Son más bien los sacerdotes pederastas y sus cómplices y encubridores quienes deberían visitar no al psiquiatra sino a un capador de cerdos.