23.
Durante los primeros días de la semana siguiente la concejala acudió en otro par de ocasiones al domicilio de Iturribide, en busca de esos placeres de los que, al parecer, había estado privada durante los últimos años. Nordin y Robert tenían sobrado testimonio gráfico de la alegría con la que se movía la representante municipal.
El miércoles por la tarde quedaron de nuevo con el dentista para ofrecerle las fotos y cobrar por su trabajo. El candidato a concejal se mostró muy satisfecho con el botín. Pagó lo estipulado y se despidió sonriente. Ya sabría qué hacer con esas fotografías.
-¿Qué irá a hacer ese pringado con esas fotos? ¿Colgarlas en su facebook? ¿Se las mandará por correo una vez impresas? ¿Por correo electrónico?
-Que haga lo que quiera. Yo voy a beberme una cerveza para celebrar que tenemos los mil euros en nuestros bolsillos. –Robert sacó del refrigerador una cerveza de marca impronunciable que Nordin solía comprar en un supermercado alemán sito en la zona de Megapark, en Baracaldo, ya que el precio era notablemente inferior. Dio un trago largo y dejó la lata en el mostrador. –Voy a liarme un cigarrillo. Ahora vuelvo.
El americano avanzó un par de pasos hacia la puerta y se detuvo. Se llevó la mano derecha a su lustrosa calva y poco después se giró mostrando a sus amigos su rostro, mezcla de sorpresa y susto.
-El hijo puta de Adrián está ahí afuera, mirando a la puerta, con los brazos cruzados, con una medio sonrisa en su cara de cabrón burgués.
-¡No fastidies! –Pedro se asustó. – ¡Hemos ido demasiado lejos!
-¿Qué hacemos? –preguntó Nordin desconcertado. –Podemos invitarle a pasar y ofrecerle una negociación.
-¿Una negociación? Yo no negocio con cabrones hijos de puta, -dijo el americano pronunciando claramente cada una de las sílabas de cada una de las malsonantes palabras que exhaló. -¿Qué vas a negociar con él? ¿Vas a devolverle las pelas a su exnovia? ¿Vas a limpiarle una vez por semana el escaparate de su tienda como compensación por las pintadas que le hicimos? ¿Vas a darle cera una vez por semana a la carrocería de ese coche de niño pija que tiene? ¿Qué vas a negociar?
-¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a quedarte tan tranquilo mientras ese listillo permanece unos minutos ahí enfrente sin decir nada, mirándonos, desafiándonos, amenazándonos? –inquirió el marroquí.
-¿Qué puede hacernos? ¿Rayarnos el mercedes viejo que te dejo ese pariente tuyo el otro día? Si ya tiene cientos de rayas. Por una más no le va a pasar nada. ¿Va a pintar el escaparate? ¿Qué va a escribir? ¿Moro cabrón, vuelve a tu región?
-No sé lo que va a hacer, pero algo tendrá pensado. De lo contrario no habría venido una segunda vez a pasar unos minutos como un pasmarote. –Pedro intentó introducir algo de cordura en la conversación.
-¿Sabéis lo que voy a hacer? – y mientras pronunciaba esa pregunta, Robert se giró dirigiéndose directamente a la puerta. –Le voy a dejar las cosas claritas.
Robert se asomó a la concurrida calle, pero no vio la figura inmóvil, sonriente y desafiante del joven por ninguna parte. Entonces volvió a dirigir sus pasos al interior del establecimiento.
-Se ha ido, -dijo.
-Ese quiere ponernos nerviosos, -comentó Nordin.
-A mí ya me ha puesto. –Pedro estaba inquieto y no podía disimularlo.
-¿Cómo ha podido saber ese cabrón que hemos sido nosotros quienes le hemos pintarrajeado la tienda? ¿Y cómo ha podido saber dónde encontrarnos? La única explicación que encuentro es la misma que comentamos el otro día: Arantza ha vuelto a caer en sus redes y en un momento de sinceridad ha confesado su culpa, lo que hizo, con quién lo hizo, lo que nos pagó. Todo. Y el maromo quiere venganza. Quiere que sepamos que lo sabe.
-Hasta ahí, de acuerdo. Pero ¿qué vamos a hacer? –intervino Nordin.
-Vamos a pillar a Arantza y le vamos a invitar a beber una cerveza. A ver qué cuenta. –Fue la propuesta que hizo el americano.
-Sabemos dónde trabaja. En la torre de Iberdrola. Mañana mismo me persono en la puerta y espero a que aparezca, -Pedro parecía más animado ante la idea de poder resolver el conflicto si conseguían hablar con Arantza.- Y ahora os dejo que he quedado con Irene.
-Esa mujer te va a cambiar la vida. ¡Ten cuidado! Sigue volando libre, es mucho mejor.
-Mira quién lo dice. Si la vasquita de tetas pequeñas te tiene atado y bien atado, -dijo Nordin al americano.
-No me tiene atado. Soy plenamente consciente de lo que estoy viviendo con esa vasca. Sexo y un poco de conversación, algo poco habitual cuando se trata de una relación con una vasca: mucho rollo y poco sexo. Lo nuestro es excepcional para una vasca como ella. Todo está bajo control. Sigo siendo un pájaro libre.
-La nuestra, en cambio, es una relación muy típica. Mucha conversación y nada de sexo. –A Pedro no le gustaba hablar de Irene con sus dos amigos, pues siempre bromeaban sobre todo lo relativo a las relaciones entre un hombre y una mujer, algo que a Pedro le disgustaba. Pero en esa ocasión el madrileño se dejó llevar por el ambiente distendido del momento, muy a su pesar. Inconscientemente.
-Lo vuestro es un amor espiritual. Gozáis de la compañía, nada más, -Robert gesticulaba con sus grandes manos y abría sus grandes ojos acompañando el movimiento de sus brazos.
-Algo parecido, -comentó el madrileño sabedor de que el comentario de Robert había sido certero. –Y no me preocupa. Es como si mi lívido se esfumara cada vez que me encuentro con ella. Y no os voy a contar nada más porque lo tomáis todo a risa. No sois capaces de hablar en serio sobre las relaciones personales. Simplemente las vivís.
-¿Y no es lo que hay que hacer? Vivir y no perder el tiempo hablando sobre lo que nos gustaría vivir, sobre cómo debieran ser nuestras relaciones, nuestros amigos. Yo no necesito racionalizar lo que vivo. –Robert adoptó un aire trascendental.
-Yo no digo que esté mal vivir tal y cómo tú dices vivir. Sin embargo, yo necesito hacerlo a mi manera, dándole vueltas a todo lo que vivo. Para mí es una manera de vivir más profundamente. Vivir dos veces. O tres. Vivir con más conciencia de lo que se está viviendo. No quiero decir que vosotros no viváis intensamente. Son maneras diferentes de vivir.
-Y ambas son perfectas. Yo no necesito pensar sobre lo que he hecho, sobre las relaciones que mantengo. Simplemente dejo que fluyan, que se mantengan, si es que se mantienen. Y si desaparecen es porque alguno no estaba a gusto. Unas mueren otras vienen. Simplemente hay que estar lo suficientemente atento como para no dejar escapar todas las oportunidades que se nos presentan. Las cosas llegan. Unas me gustan, otras no. No me preguntes el porqué. –Nordin intervino queriendo exponer su punto de vista sobre la cuestión. –Posiblemente, si yo fuera como tú, -dijo refiriéndose a Pedro, -haría las cosas de forma diferente. Tendría demasiado sentimiento de culpa como para poder vivir placenteramente pensando sobre todo aquello que insistentemente no hago de manera correcta. Mi relación con mis hijas, con mi mujer. Ya sé que no son como debieran ser, pero no puedo hacerlo de otra manera. Y prefiero no culpabilizarme. Sé que tengo cosas buenas, que la gente me quiere a pesar de mi irresponsabilidad, de mi falta de compromiso. Algo habrá.
-Lo hay, -dijo sonriente el madrileño dando un ligero golpecillo en el hombro del marroquí. –Lo siento mucho, pues nunca había participado con vosotros en una conversación de esta índole, pero me tengo que ir. Parece ser que el miércoles es el único día que Irene tiene en su agenda disponible para mí, y no quiero desaprovecharlo. Os dejo. ¡Ah! Mañana me encargo yo de Arantza. Ya os contaré.
Habían quedado a las nueve y media en la calle Ledesma. Un par de vinos y poco más. Pedro llegó al encuentro de Irene con la intención de concretar una cita en su casa, para degustar el bacalao con cava. Se lo dijo nada más verla esperando impaciente en la puerta del Antomar. No le gustaba esperar, pero no le importaba hacer esperar. Pedro había hecho acto de presencia unos minutos más tarde. Irene se lo recriminó. Afortunadamente fue una reprimenda muy ligera que se tornó en sonrisas en cuanto Pedro le propuso una fecha para que conociera su piso: el próximo miércoles día treinta de enero. Buena fecha. Primero un par de vinos por su barrio, Uribarri, y luego la suculenta combinación de cocina vasca con caldos catalanes.
Concertada la siguiente cita se acercaron a la barra del concurrido bar y pidieron un par de crianzas y un bocadillito de jamón para compartir. Irene le puso al día sobre sus planes de dedicarse a la decoración, sobre las mejoras que había introducido en su piso durante esa semana, sobre los correos electrónicos que le había mandado su hijo, sobre los trámites de divorcio. Pedro escuchaba, en ocasiones preguntaba alguna cuestión para demostrar su interés por el tema, y sobretodo disfrutaba de la compañía de esa mujer de hablar entretenido e interminable.
A eso de las diez y media el madrileño acompañó a Irene hasta el portal de su vivienda y se despidió de ella con una sonrisa y un cauto beso en la mejilla izquierda, emplazándole para la cita de la semana próxima.