En San Ignacio, fecha en la que el Partido Nacionalista celebra su "aniversario", quiero hacer algunas reflexiones públicas que, si bien a corto plazo estoy seguro que no van a ser ni entendidas ni atendidas, confió en que más pronto que tarde, para el bien de la gran mayoría de la ciudadanía que aquí vivimos, de una u otra manera, se harán realidad.
- Entiendo que un Partido, como instrumento creado bajo unos principios fundacionales determinados, está obligado a realizar sus periódicos análisis de la realidad de cada momento atendiendo o basándose en dichos puntos de partida, si bien estos deberán irse readecuando a las nuevas realidades que vayan surgiendo en cada momento. Es evidente que sin una profunda readaptación de unas reivindicaciones propias del siglo XIX difícilmente se puede responder a la coyuntura del siglo XXI.
- Organizativamente no puede seguir funcionando como un conjunto de reinos de taifas con sus correpondientes reyezuelos que "parten el bacalao" en sus respectivas jurisdicciones. Y lo que es peor, trasladar esa mentalidad del XIX al organigrama del País que se quiere construir. Sus lideres no pueden perpetuarse como "personalidades imprescindibles" en las estructuras del Partido ni en los cargos públicos, y nunca deberían permanecer tantas legislaturas como lo hacen ahora en el mismo puesto.
- La aplicación de las nuevas tecnologías para el ámbito interno, que permitan la generación de un debate más vivo, mas enriquecedor, tanto de las líneas políticas generales como de los asuntos municipales o comarcales es fundamental e imprescindible. Las elecciones primarias deberían de ser realmente democráticas, no como ahora, y deberían de recoger la opinión de los votantes no afiliados pero sí registrados.
- Recononocimiento de que la gran mayoría de la sociedad vasca desea poder compatibilizar su ciudadanía vasca con la francesa o española y que somos identitariamente muy diversos, con muy variadas pertenencias. Los nuevos conceptos como "interdependencia", a todos los niveles, deben sustituir definitivamente a las "independentziak", hoy caducas e imposibles, de siglos pasados.
- La asunción real de la separación entre política democrática y religión debe conllevar el traslado de esta nueva realidad a los signos y símbolos.