Se requiere el esfuerzo y trabajo de muchos años, a veces siglos, para construir una democracia sana, y basta menos de un lustro para retroceder en las metas alcanzadas o destruirla. Con la elección de Trump, se ha posado una nube gris e incierta sobre la democracia mundial.
No siempre el triunfo político de las mayorías ha sido el éxito de lo mejor, aunque parezca una contradicción. Las masas eligieron a Hitler, al Brexit, Milei, Bolsonaro y otros muchos. Unas veces gana el mundo de las ideas; otras, el del populismo torpe.
Al amparo de la segunda égida de Trump, se va a producir un retroceso del sentido evolutivo de la historia, del cultivo de los derechos, del progreso de las libertades, para volver a lo retrogrado de las dictaduras y los nacionalismos obtusos. Adiós a filósofos, pedagogos, humanistas o filantropos. Lo único que importa es el dinero de los multimillonarios.
Vemos que los estados que dominan el mundo, Rusia y China, son autocráticos (eufemismo de dictadores), y que en EE UU quien decide y maneja el poder político es el gran capital, los grandes lobbies. La ultraderecha, que camina rampante por Europa, se está relamiendo el cerebro.