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En la República Federal de Alemania a nadie en su sano juicio se le ocurriría afirmar que el federalismo es cosa de izquierdas, de idéntica manera que tampoco a nadie en Francia se le ocurriría sostener que ser jacobino equivale a alinearse con la derecha. El hecho de que en lugares como España pueda haberse producido en un período histórico en particular una coincidencia entre formas de Estado y posiciones políticas no debería afectar a la esencia del asunto. Que, en definitiva, se resume en que tanto una concepción más unitaria como otra más descentralizada son perfectamente pensables con independencia de cualquier opción político-ideológica concreta.
Los magros resultados obtenidos por el PP el pasado 23-J en algunos territorios del país —muy especialmente en Euskadi y en Cataluña—, resultados que estarían expresando una inequívoca pulsión anticentralista, además de las enormes dificultades con las que, tras dichas elecciones, este partido se viene encontrando para alcanzar acuerdos con formaciones de signo más o menos nacionalista, temerosas de que sus votantes pudieran penalizarlas por ello, deberían de hacerle abrir los ojos a los dirigentes del PP.
La derecha debería ser consciente de que no hay mejor forma de defender un proyecto común de país que aceptando una diversidad (sin ir más lejos, lingüística) que bien podríamos calificar de estructural.