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Hemos llegado a este punto de miseria y brutalidad porque llevamos demasiados años templando gaitas, debatiendo en tertulias falaces si podemos o no llamar fascismo a lo de los neonazis de Vox. Llevamos años supuestamente "analizando las causas" de algo a lo que no nos hemos atrevido a llamar por su nombre: fascistas y neonazis.
Debemos, es nuestra obligación moral y democrática, hacer explicito nuestro desprecio por los racistas, los fascistas y los neonazis que votan a Vox y que defienden esas posturas. No entablar conversación con ellos. No sentarnos a su mesa. No compartir copa ni bailar con ellos. No se confraterniza con la bestia, porque hacerlo te convierte en bestia.
Me declaro antifascista hasta la médula. Ser antifascista es un honor que tiene su genealogía. Se lo debemos a todas esas personas que en su momento combatieron el fascismo con sus vidas. Sabemos hasta dónde llegaron los nazis. Sabemos cuánto silencio de la mayoría, cuanta confraternización de la población europea hizo falta para que pudieran alcanzar el poder y perpetrar unas atrocidades que no se nos olvidan. Llegadas a este punto, ser antifascistas de forma explícita y radical no es una opción. Es una obligación.