¿Por qué están tan interesados en hacernos creer que los Papas son progres?
Los últimos pontificados no alcanzaron los objetivos perseguidos por sus respectivos titulares, coincidentes por distintos medios en el propósito de revitalizar a la Iglesia católica, cosa de cuya necesidad todos ellos eran conscientes.
Los últimos pontificados no alcanzaron los objetivos perseguidos por sus respectivos titulares, coincidentes por distintos medios en el propósito de revitalizar a la Iglesia católica, cosa de cuya necesidad todos ellos eran conscientes.
El último de los Papas, Francisco, trató de dar un giro al ensimismamiento de la Iglesia, implicando su figura en el sentido de recuperación de las raíces sociales, como ‘Iglesia de los humildes’ y en el ecumenismo, y encarando de paso problemas de fondo –del papel de las mujeres en la Iglesia y de los homosexuales a la pedofilia–. aunque sin resolverlos.
El balance final de todos estos papados no ha sido favorable, salvo en el alto índice de popularidad alcanzado por Francisco. El debate pasa entonces a centrarse en el quién es el próximo Papa, con las incógnitas reducidas a si será ‘conservador’ o ‘progresista’, a si se pondrá zapatos rojos o negros, a si saldrá al balcón con "bufandas" o estolas de oro o no, o si dormirá en Santa Marta, o no.
Del tema de la aceptación de la mujeres, de los divorciados, de los LGTBI+, o simplemente de las excomuniones reales a los que patrocinan las guerras o los exterminios en lugares como Gaza, etc ... ni hablamos. Siempre son temas a resolver para el siguiente Papa.
Y ante esa incertidumbre, abundan voces que ya no vienen del anticlericalismo tradicional y que cuestionan abiertamente el sentido de la Iglesia.
¿De qué sirve una institución que, en su presencia a nivel mundial, no logra ir más allá de proclamar buenas intenciones, sobre la guerra, el racismo o la inmigración?
Y que sigue arrastrando componentes arcaizantes que determinan un funcionamiento siempre jerarquizado, absolutista en el vértice, incapaz en definitiva de resolver cuestiones básicas sobre su adecuación a las demandas del mundo actual, tanto en su organización como en su magisterio.
Asistimos, pues, a un cansancio de la Iglesia y sobre la Iglesia.
La omnipotencia divina no puede servir de coartada para derivas criminales del creyente (y del sacerdote) ni para cerrar los ojos ante la exigencia de que la Iglesia responda a los retos que la sociedad actual le plantea.
Retos, no solo palabras. Lo vieron ya León XIII y Juan XXIII y todos ellos siguen pendientes. Eso sí, su parafernalia y el show que han montando estos días merece un premio de teatro, dejando atrás a la monarquia británica, dejando claro una y otra vez lo lejano que quedan de la realidad y de la vida cotidiana de las personas "normales.
El balance final de todos estos papados no ha sido favorable, salvo en el alto índice de popularidad alcanzado por Francisco. El debate pasa entonces a centrarse en el quién es el próximo Papa, con las incógnitas reducidas a si será ‘conservador’ o ‘progresista’, a si se pondrá zapatos rojos o negros, a si saldrá al balcón con "bufandas" o estolas de oro o no, o si dormirá en Santa Marta, o no.
Del tema de la aceptación de la mujeres, de los divorciados, de los LGTBI+, o simplemente de las excomuniones reales a los que patrocinan las guerras o los exterminios en lugares como Gaza, etc ... ni hablamos. Siempre son temas a resolver para el siguiente Papa.
Y ante esa incertidumbre, abundan voces que ya no vienen del anticlericalismo tradicional y que cuestionan abiertamente el sentido de la Iglesia.
¿De qué sirve una institución que, en su presencia a nivel mundial, no logra ir más allá de proclamar buenas intenciones, sobre la guerra, el racismo o la inmigración?
Y que sigue arrastrando componentes arcaizantes que determinan un funcionamiento siempre jerarquizado, absolutista en el vértice, incapaz en definitiva de resolver cuestiones básicas sobre su adecuación a las demandas del mundo actual, tanto en su organización como en su magisterio.
Asistimos, pues, a un cansancio de la Iglesia y sobre la Iglesia.
La omnipotencia divina no puede servir de coartada para derivas criminales del creyente (y del sacerdote) ni para cerrar los ojos ante la exigencia de que la Iglesia responda a los retos que la sociedad actual le plantea.
Retos, no solo palabras. Lo vieron ya León XIII y Juan XXIII y todos ellos siguen pendientes. Eso sí, su parafernalia y el show que han montando estos días merece un premio de teatro, dejando atrás a la monarquia británica, dejando claro una y otra vez lo lejano que quedan de la realidad y de la vida cotidiana de las personas "normales.
- Recogido parcialmente de
El Correo - ANTONIO ELORZA