El histórico aficionado que consagró su vida a la selección,
a la que siguió por todas partes, incluidos diez Mundiales.
El año que el Athletic jugó en Sevilla una final de Copa
coincidí con él en el bar que regentaba en Valencia
y que ahora lleva una sobrina.
El bar tenía tanto de bar como de museo.
Su negocio estaba en un lugar que parecía hecho a su medida,
en la plaza de la Afición, frente al estadio de Mestalla.
En esa cafetería nadie buscaba alardes gastronómicos.
La gente visitaba aquel santuario del fútbol para ver sus recuerdos
y hacerse una foto con el personaje. Manolo sabía rentabilizarlo.
Siempre vivió en estrecheces económicas y su popularidad fue una ayuda.
Su mujer, harta de tanto balón y tanto viaje, acabó abandonándole.
El personaje era una aleación de pasión por el fútbol y gusto por la fama.
Aquello le animó a viajar por todo el mundo detrás de La Roja.
Tan célebre era que la federación le pagaba los viajes.
Y cuando no lo hacía, protestaba y se creía con el derecho
a "recibir subvención.
saludando a los jugadores.
Aquella obsesión por estar siempre presente le costó la ruina varias veces.
Aunque siempre se rehacía y regresaba a las tribunas