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En una jornada electoral sin incidentes y un recuento rápido y confiable, el país puso en marcha lo que se percibe como un nuevo cambio de ciclo.
Lo hizo con la naturalidad con la que las democracias maduras alternan proyectos, evalúan gestiones y recompensan o castigan rumbos.
En tiempos en los que la antipolítica es una herramienta de campaña y no un síntoma que deba atenderse, esa normalidad es, en sí misma, una victoria democrática. La extrema derecha se dispone a tomar el poder en una de las democracias más robustas de América Latina.
La foto que dejan las elecciones en primera vuelta del domingo, no obstante, encierra también señales de inquietud. El avance de las derechas, especialmente el salto de la extrema derecha de José Antonio Kast, que si aglutina el voto en segunda vuelta tiene prácticamente asegurada la presidencia, no puede leerse únicamente como un castigo al Gobierno de Gabriel Boric o a la izquierda en su conjunto.
Ese malestar existe y es profundo: las clases medias agotadas por el estancamiento, la inseguridad, la inflación y la percepción de un Estado incapaz de responder a las urgencias empujaron el tablero hacia posiciones más conservadoras. El desencanto con el progresismo que prometía una nueva realidad y chocó con la realidad tras llegar en 2022, la fragmentación parlamentaria y los límites del propio país, también son parte de esa explicación.
Ese malestar existe y es profundo: las clases medias agotadas por el estancamiento, la inseguridad, la inflación y la percepción de un Estado incapaz de responder a las urgencias empujaron el tablero hacia posiciones más conservadoras. El desencanto con el progresismo que prometía una nueva realidad y chocó con la realidad tras llegar en 2022, la fragmentación parlamentaria y los límites del propio país, también son parte de esa explicación.
Un electorado que pide orden, eficiencia y certezas, incluso si eso significa acercarse a discursos excluyentes, punitivistas o abiertamente reaccionarios.
Ese avance debe encender las alarmas. Chile ha dado un mensaje poderoso: las elecciones se ganan y se pierden, los gobiernos se desgastan, los ciclos se agotan.
Lo que no debe agotarse es la convicción de que la democracia funciona y de que su fortaleza depende, precisamente, de la capacidad de procesar estos giros con normalidad.
En un continente donde tantos presidentes prometen romperlo todo, Chile tiene la oportunidad y la responsabilidad de demostrar que cambiar de rumbo no significa renunciar a lo esencial.
Lo que no debe agotarse es la convicción de que la democracia funciona y de que su fortaleza depende, precisamente, de la capacidad de procesar estos giros con normalidad.
En un continente donde tantos presidentes prometen romperlo todo, Chile tiene la oportunidad y la responsabilidad de demostrar que cambiar de rumbo no significa renunciar a lo esencial.