Ellos no politizan las fiestas. ¡Que va! Simplemente si no se les sigue el rollito se mosquean e insultan. |
Claro, es lo que tiene el asesinato, que polariza mucho a las personas en dos bandos, sólo dos: el que mata y el que es matado, el verdugo y la víctima. Por lo que si se quiere tener memoria del hecho, pues ya saben: con uno o con otro, con el recuerdo a favor o con el recuerdo en contra: ¿dónde estaba usted cuando mataron a Miguel Ángel? ¿Dónde está su memoria? ¿Dónde quiere usted que esté? Los melifluos prorrumpen en aspavientos cuando se les plantea esta cuestión: ellos están con las víctimas, cómo no, pero creen que hay que superar esa polarización reduccionista. ¿Cómo? Pues dejando a la alegre muchachada que grite lo que quiere gritar, es decir, que no les importa nada el pasado bueno o malo de cada quien porque todos tienen derecho a sus ideas (¿ideas?). Los melifluos, en fiestas… se van mentalmente a Babia.
Y es que pasa una cosa: eso de reclamar la memoria en el Parlamento, o en el discurso público, o en las leyes, es muy fácil: no cuesta votos y descoloca al contrincante político. Pero reclamar la memoria cuando tenemos enfrente a la alegre muchachada es otra cosa. Si uno se pone pesado con eso de la ley, se arriesga a la que llamen inmovilista, fanático, rencoroso y fascista. A gritos. Se pueden perder imagen y votos, así que, rápido, adoptemos la melifluidad. Las leyes tienen eso: que están muy bien en el escaparate de la política, pero que no hay que darles mucha cancha si enfrente se pone el pueblo festivo. Entonces vale más esconderlas un ratito, y si alguien reclama su aplicación, pues reclamamos su supresión (legal, claro, no crean otra cosa, los melifluos son legales). Si suprimimos al chinche ése que cita a la ley, no tendremos ya la ley más que en el escaparate, en la sociedad tendremos paz. Por fin... paz. Paz por ley, merece la pena el trueque.