He hablado bastante de la cólera que me inspira la Europa sin alma de nuestros días, la Europa sin un proyecto digno de tal nombre e infiel tanto a sus valores como a sus padres y momentos fundadores; he denunciado bastante la ceguera de la mayoría de los actores de entonces (con algunas notables excepciones, como Jacques Delors) hacia las artimañas que, quince años atrás, hicieron posible la entrada precipitada de Grecia en la eurozona; como para callarme ahora los sentimientos que me inspira la actitud del señor Tsipras en los últimos tiempos.
Porque, al fin y al cabo, ¿qué le pedían en este punto de la historia los representantes de eso que, utilizando una retórica similar a la de la extrema derecha griega, él insiste en llamar “las instituciones”? Fortalecer y desarrollar su hacienda, replantearse las jubilaciones y la reducción de su presupuesto de defensa, fundamentalmente.
Puede que la señora Lagarde, su bestia negra junto con la señora Merkel, no haya sabido comunicarlo adecuadamente. Eso también es cierto. Pero los insultos y tampoco ayudan a que la otra parte te entienda mejor.
Y cuando el acuerdo estaba cerca, tanto que él mismo envió una carta aceptándolo, él decidió romper las negociaciones unilateralmente el viernes 26 de junio. Eso, en la mayor parte de la ciudadanía europea, no gusto.
El señor Tsipras optó por responder recurriendo una vez más a la retórica de la extrema derecha sobre la supuesta “humillación griega”.
En lugar de señalar a los verdaderos responsables de la crisis, que son, entre otros, los armadores con cuentas en los paraísos fiscales o el clero exento de impuestos, ha preferido reiterar hasta la saciedad el antiguo sonsonete nacional-populista sobre el malvado euro que estrangula a la democracia ejemplar.
¿Grecia no merece nada mejor que los últimos gobiernos chupópteros que ha tenido o este último, bastante demagogo y pirómano que se ha aliado con los neonazis de Amanecer Dorado para imponerle al Parlamento su proyecto de plebiscito?
Fue el mismo Alexis Tsipras quien replicó “la pobreza de un pueblo no es un juego” cuando, durante las últimas fases de la negociación, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, afirmó “the game is over”.
Pues bien, dan ganas de devolverle el cumplido y de recordarle que la pobreza de un país tampoco se la juega uno al póker ni a la ruleta griega, y que no se lleva a un pueblo al borde del precipicio para escapar del callejón sin salida en el que uno mismo se ha metido.