El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

viernes, 15 de agosto de 2014

26 - ¡Gracias para venir!

26.    

         Ese último domingo de enero amaneció seco. Nublado pero sin lluvia, lo cual era algo de agradecer. Estaba siendo un invierno muy duro, frío y lluvioso. Pedro intentó ordenar la jornada. Sería un día tranquilo. Lectura, una hora de carrera por la ribera de la ría, una cerveza, una ensalada con algunas salchichas de segundo, una siesta, más lectura y punto. Una jornada entre la actividad y el placentero aburrimiento de las tardes de domingo víspera de un lunes sin necesidad de ir a trabajar.

         Y así fue avanzando el día hasta que pasadas las siete de la tarde sonó el teléfono. Era Nordin.

-Otra vez. Acabo de abrir la tienda y he recibido otro sobre de ese cabrón. Más fotos. Es un enfermo obsesivo.

-¿Qué aparece en esas fotos? –preguntó Pedro.

-En cinco aparezco yo con mis hijas paseando esta mañana por el Arenal. En otras aparece la novieta de Robert saliendo del portal de la casa donde vive el americano.

-¿Mías? 

-Tú no apareces en ninguna. Ni tú ni nadie relacionado contigo.

-¿Sabes si Arantza le ha llamado a Robert?

-No he hablado aún con Robert. Te he llamado primero a ti. Eres más sensato.

-Gracias. 

-¡Espera! Me están llamando. Voy a ver quién es. –Interrumpió la conversación unos segundos. -Es Robert. Te cuelgo. Voy a ver qué quiere. Luego vuelvo a llamarte.


         Pedro se quedó con el teléfono en la mano pensativo. Seguía sin comprender con qué podía amenazarles ese obsesivo y eficaz fotógrafo, capaz de estar en una sola mañana en dos sitios distintos. Poco más pudo reflexionar porque el teléfono volvió a sonar.

-Oye. Soy Nordin de nuevo. Me ha dicho Robert que le acaba de llamar Arantza para decirle que poco puede contarnos. Dice que la chica le ha comentado que su novio pretende mantenernos en vilo, sin más. Que quiere que sepamos que él también sabe jugar a nuestro juego. Le ha contado que Adrián no sabe bien lo que va a hacer. Quizás un día pinte el escaparate de mi tienda, o el portal de Robert. O el tuyo, porque seguramente también sabrá dónde vives tú.

-Creo que mañana temprano tenemos que presentarnos en su tienda para hablar tranquilamente con él.

-Eso le he dicho al americano loco, pero ya sabes como es. Él quiere ganar la batalla y sólo piensa en la manera de hacerlo. Robert dice que esperemos hasta ver cuál es el siguiente paso de ese niño burgués. 

-No creo que vayamos a ganar la batalla. No sabemos lo cabrón que puede ser ese tipo. Conoce a tus hijas, a la novia de Robert, y vete a saber cuantas personas más. Si fue capaz de atosigar a Arantza como lo hizo, puede hacer algo similar con nosotros, o con la gente de alrededor. No me gusta nada ese tipo.

-¿Crees que hemos ido demasiado lejos?

-Si.  Ha sido un juego divertido, inconsciente.  Hemos sido inconscientes, e inocentes. Dile a Robert que mañana a las nueve quedamos a desayunar en la cafetería “Brasil”, en la calle Correo. Que decidiremos entre todos, en serio, lo que tenemos que hacer.

         Y se despidieron.