El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

domingo, 17 de agosto de 2014

28 - ¡Gracias para venir!

28

Desanduvieron toda la ruta hasta llegar a la calle donde se encontraba la tienda de decoración regentada por Adrián. Se asomaron con precaución comprobando que esta vez el propietario no apareciera con un cigarro a la puerta de su establecimiento. Tras un breve lapso de espera, Pedro empezó a caminar con decisión hacia su destino. Encontró a Adrián hojeando unas revistas sobre el mostrador, distraído.

-Buenos días, -dijo Pedro nada más cruzar la puerta. –No te asustes, sólo vengo a hablar contigo.

       Adrián ni pudo ni quiso disimular el disgusto que le produjo la irrupción de Pedro en su tienda. Se quedó paralizado, con las manos entre las hojas de la publicación que había estado leyendo, con la mirada fija en el intruso.

-¿Esta vez vienes solo? ¿Dónde están ese par de desequilibrados?

-Están ahí afuera, pero no tienen intención de entrar hasta que yo se lo indique, siempre que a ti te parezca bien. –Adrián escuchaba inmóvil. –Hemos venido en son de paz. No queremos hacerte daño. Queremos poner freno a esta vorágine porque no sabemos hasta dónde puede llegar. Queremos saber cuales son tus intenciones, si podemos hacer algo para reparar lo que hayamos hecho mal.

-¿Todavía no sabes lo que habéis hecho mal? ¿Te parece normal inmiscuirse en la relación sentimental de una persona, y sin atender a más razones, amenazarle y pintarle el escaparate? ¡Y por seiscientos euros! ¡Miserables!

-Tienes razón. Perdimos la cordura. Pero que nosotros la perdiéramos no implica que tú debas hacer lo mismo. 


-¿Os ha atemorizado saber que conozco a vuestras familias y a vuestras novietas? 

-¿No crees que sería mejor hacer las paces? He venido para conseguir un acuerdo, y de paso, si quieres, invitarte a cenar.

-¿Invitarme a cenar? ¿Crees que puede apetecerme cenar con alguien que tiene por amigos a un par de desequilibrados extranjeros? Puede que seas el más sensato del grupo, pero eso no te exime de culpa. Sé que llevas poco tiempo en Bilbao y que no tienes familia. Pero, no te relajes, pronto descubriré qué o quién te importa, y haré contigo lo mismo que he hecho con tus amigos.

-¿Me mandarás fotos? ¿Y qué ganaras con ello? ¿Ponerme nervioso? ¿Me amenazarás con hacer daño a alguien que tú creas que me importa de veras? 

-¿Te parece poco? Al parecer a tus amigos les preocupa que sepa lo que sé. Me gusta teneros preocupados.

-¿Cuánto tiempo?

-Ya lo decidiré yo.

-Yo creo que ya has conseguido tu objetivo. Llevamos varios días inquietos, nerviosos, temerosos. Hemos recibido nuestro castigo. Firmemos la paz.

         En esta ocasión Adrián guardó silencio. Continuó observando a su interlocutor, sopesando sus palabras, valorando su propuesta. Cerró la revista e introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero. Se puso derecho, alzó los hombros y sonrió ligeramente. Pedro supuso que su interlocutor estaba satisfecho por haber infringido un pequeño castigo a quienes le habían extorsionado. Por otro lado, aunque no fuera lo estipulado, deseaba que sus dos compañeros entraran en la escena. Poco le quedaba por decir y quien tenía frente a él,  con su mirada desafiante y prepotente, representaba un tipo de persona que detestaba. Se había encontrado anteriormente a muchos sujetos similares, tanto en su trabajo como entre la vecindad. Gente que se creía haber nacido con un don especial mediante el cual podía mirar a los demás por encima del hombro, tratarlos como a seres inferiores. A cada instante transcurrido en la presencia de Adrián crecía su satisfacción por haber complicado la vida un poco a ese ser tan arrogante.

-¿Y bien? –preguntó con ganas de acabar esa conversación que parecía abocada al fracaso.

         Antes de obtener la respuesta demandada aparecieron Robert y Nordin en el interior de la tienda.

-¿Cómo va eso? –preguntó el americano. –Nos tenéis preocupados. ¿Necesitáis ayuda para llegar a un acuerdo? 

         A Adrián le fastidió la irrupción de los dos nuevos negociadores. Su primera reacción fue la de echar mano a su teléfono móvil.

-Deja el teléfono tranquilo. No sé cuanto cuesta lo que tienes por aquí alrededor, pero te aseguro que sea cual fuere el importe, entre mi amigo moro y yo no tardamos ni medio minuto en destrozarlo todo. –Adrián siguió las indicaciones dadas. Luego Robert se dirigió a Pedro. –Tranquilo. De momento no vamos a romper nada. No sé si has conseguido firmar la paz, pero ya has tenido tus minutos. Si ya está todo arreglado nos vamos. Queríamos saber si estabas bien.

-Estoy bien y creo que estábamos a punto de llegar a un acuerdo. ¿No es así?

-Mira chaval, -prosiguió Robert. – Te hemos ofrecido una suculenta cena a cambio de olvidar todo lo sucedido. ¿No es así? –Pedro confirmó que tal oferta había sido realizada. –Llevo un rato pensando qué es lo que puedes llegar a hacer. Según nos dijo tu novia, Arantza, una noche en la que estuvimos tomando unas cervezas y en la que acordamos hacerte entrar en razón a cambio de unos eurillos que nos han venido muy bien para pasar las navidades más dignamente, te has portado bastante mal con ella. Eres un déspota pegajoso que presume de que nadie hasta la fecha le ha abandonado. Mira chaval, -continuó hablando pausadamente, acompañándose con los gestos de sus manos, -en esta vida hay que aprender a perder. A veces se gana, y muchas veces se pierde.

         Nordin y Pedro dibujaron sendas amplias sonrisas al escuchar el novedoso discurso de su amigo. 

-Sí, no os riáis, -continuó Robert señalando a sus compañeros. –Soy una persona que aprendo muy rápido. –Él también sonreía. –A mi también me jode perder, pero cuanto antes aprendas mejor para ti. Piénsalo con tranquilidad. Si quieres volvemos dentro de media hora. Nosotros tomamos un par de vermús por la zona y después volvemos a escuchar tus propuestas.  Tenemos que reconocer que eres valiente. Tus apariciones frente a la tienda de Nordin nos sorprendieron. Quizás lo mejor hubiera sido arreglar el desaguisado la primera vez que te vimos plantado frente al cutre chiringuito del amigo, -dijo señalando al propietario del “Txiki-market”. –No lo hicimos, no me preguntes por qué. Supongo que fue el factor sorpresa. Por otro lado eres escurridizo. Estabas ahí y luego desparecías.  Y también sabes manejarte con la máquina de fotos. Eres rápido. Pero, ¿ahora qué? ¿Vas a intentar ligar con mi novia? ¿Vas a quitarles los caramelos a las hijas de Nordin? ¿Vas a romper el escaparate de esa ruinosa tienda? 

-Sé que habéis estado extorsionando a otras personas. –Adrián salió de su mutismo y dijo esas ocho palabras en un tono mucho más contenido que el utilizado anteriormente mientras hablaba con Pedro, que en esos momentos escuchaba divertido el discurso de Robert desde un rincón de la tienda, complacido por ocupar ese papel discreto en el que se encontraba mucho más a gusto. 

         Adrián, por otra parte, se había encogido ligeramente, mantenía las manos en sus bolsillos y miraba al americano de abajo a arriba, dada la diferencia de altura. Robert hablaba con una contundencia y una seguridad que intimidaba a sus interlocutores. Adrián se encontraba completamente intimidado por la rotundidad y el tono incontestable utilizado por el americano. Éste sonrió al oír las ocho palabras de Adrián.

-O sea que sabes que estamos extorsionando a otras personas. Y ahora tú, vas a decirles a esas personas que nosotros estamos haciendo eso que dices. ¿A quienes extorsionamos? ¿Lo sabes? No, déjalo, no hace falta que contestes. No tienes nada, más que ganas de venganza. Yo no sé de lo que tú eres capaz, pero yo sí sé de lo que soy capaz yo. Soy norteamericano. Estamos acostumbrados a actuar con contundencia cuando las circunstancias nos lo exigen. Por favor, no hagas que las circunstancias me conduzcan a actuar de manera contundente. Y no es una simple amenaza, vacía.

-Espera un poco, -intervino de nuevo Pedro. –Creo que estamos yendo demasiado lejos. Hemos venido a invitar a Adrián a una cena en la trastienda de Iturribide. Estoy seguro de que aceptará la invitación a cambio de olvidar todo lo sucedido. No es necesario amenazar a nadie. ¿Qué me dices? –preguntó dirigiéndose a Adrián.

-Dejadme que lo piense.

-¿Cuánto tiempo? –preguntó Robert mostrando el más inexpugnable de sus rostros.

-Os contesto mañana.       
         
-Tengo otra idea, -intervino Nordin que había permanecido en silencio todo el tiempo. –Tú vienes a cenar. Al margen de que quieras firmar la paz o no. Así nos conoces. Somos buena gente, y lo que es casi más importante, somos divertidos. En esas cenas puedes conocer a gente dispar. Te va a gustar. Tengo la sensación de que seguramente después de unas cuantas copas de vino será más fácil llegar a acuerdos. ¿Qué me dices?

-¿Cuándo será esa cena?

-Esta semana, la próxima. ¿Cuándo será la cena? –preguntó el marroquí a sus amigos que asistían divertidos a la intervención del marroquí.

-Este jueves, -contestaron sus amigos al mismo tiempo.

-Perfecto, este jueves. Anótalo en tu agenda. Llámale a Arantza y dile que ella también está invitada. Ella ya sabe cómo llegar.

-Una cosa que creo que debiéramos aclarar antes de que sea demasiado tarde. Tú estás invitado, es decir no deberás pagar un euro, pero tu volátil novieta deberá abonar la correspondiente cantidad de treinta euros. A fin de cuentas ella fue la que inició todo este follón, -apuntó Robert. 

-Me parece correcto, -confirmó Nordin. Luego preguntó a Adrián. -¿Y a ti?

-Quisiera aclarar algo sobre mi relación con Arantza. ¿Puedo? –preguntó educadamente. 

         A Pedro le costaba reconocer el Adrián de hacía diez minutos y el de ese momento como la misma persona. Era innegable que Robert sabía cómo intimidar a quien quisiera. Hablaba demostrando una completa falta de apego con las cosas, con las personas, incluso con su vida, que le hacía parecer invencible. ¿Cómo atacar a alguien a quién todo parecía serle igual? Sus amigos sabían que no era así, pero sabía dar el pego perfectamente. 

-Hazlo, -ordenó el americano dibujando una controlada sonrisa con la comisura izquierda de sus labios.

-Mi relación con Arantza ni es ni era como vosotros creéis. Ella os contó su versión. 

-No queremos saber la tuya. Está bien así. De todas formas Arantza no tiene demasiada credibilidad para nosotros. Nos vemos el jueves. Se puntual. Odio la impuntualidad. Sólo se la permito a Nordin. –Dijo Robert. 

-¿Qué, vamos?

         Los tres amigos abandonaron la tienda con la satisfacción que provoca la sensación de haber hecho un buen trabajo. Cogieron el metro y pasaron varias horas tomando vermús y programando los días venideros.