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Más tarde o más temprano alguien deberá gritar como John Bercow, el speaker de la Cámara de los Comunes: “Order”.
No se construye nada a partir del desorden, como no sea más desorden. Alguien ha decidido convertir Barcelona en un videojuego violento sin pedir permiso, y eso es una canallada.
Ciertamente, si quienes mandan en el país denuncian a su policía y defienden a los incendiarios, mal vamos. Si la televisión pública señala a los Mossos como una amenaza, lo que acaba siendo una amenaza es la televisión pública.
Costará lo suyo poner a Catalunya en su sitio. El mundo nos mira desconcertado, pero, lo que es peor, nos contempla con temor.
Y a Abascal se le pone cara de Salvini, mientras su partido de extrema derecha asciende en las encuestas al mismo tiempo que la temperatura sube en las calles de Barcelona.
Al final, se impondrá el orden porque los revolucionarios de casa bien no salvan nunca a la humanidad, pero sí sus muebles.
Nunca habían estado tan difuminados los políticos catalanes. Es comprensible el enfado del independentismo con la sentencia del Tribunal Supremo, pero la manera de buscar un mejor escenario para los presos no es repitiendo errores e incendiando las calles. No vale decir como los universitarios del Mayo del 68, “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Lo sensato es hacer propuestas transversales que puedan ser asumidas por los interlocutores y por una mitad de los catalanes, que no son independentistas. Y mientras, un poco de orden.