27.
Pedro entró en el establecimiento a las ocho y media. Cuando se despertó esa mañana, terminado un sueño interrumpido a menudo por la inquietud provocada por lo que fuera a acontecer ese lunes, decidió regalarse un tranquilo desayuno completo en la cafetería de la calle Correo, antes de que llegaran sus dos amigos. Pidió un zumo de naranja grande, un croissant a la plancha y un café de desayuno. Cogió el Correo y mientras lo hojeaba dio cuenta de lo que había pedido al amanerado camarero que atendía la barra.
-¿Ya has desayunado? –preguntó el americano nada más llegar.
-Si. Me he dado un capricho yo solo. Pero no te preocupes, puedo tomar otro café, este segundo descafeinado, contigo.
El americano pidió un descafeinado y un café normal y volvió con ellos a la mesa donde se encontraba Pedro. En ese momento llegó Nordin que, tras saludar, pidió un café doble al de la barra.
-¿Qué vamos a decirle a ese cabrón? –Nordin volvió a repetir la pregunta que ya había realizado en otras ocasiones sin encontrar la respuesta deseada.
-Yo le preguntaría sencillamente a ver qué es lo que quiere. Tal vez, tal y como te ha dicho Arantza, solamente quiera demostrarnos que él juega bien al juego de las amenazas. Quizás simplemente esté buscando lo que vamos a darle hoy, nuestro reconocimiento, la demostración de nuestro nerviosismo.
-¿Y para eso tiene que fotografiar a las hijas de Nordin, a mi novia? –el americano no solamente estaba nervioso: estaba enfadado. No le gustaba perder, ninguna batalla, ninguna partida.
Pedro entró en el establecimiento a las ocho y media. Cuando se despertó esa mañana, terminado un sueño interrumpido a menudo por la inquietud provocada por lo que fuera a acontecer ese lunes, decidió regalarse un tranquilo desayuno completo en la cafetería de la calle Correo, antes de que llegaran sus dos amigos. Pidió un zumo de naranja grande, un croissant a la plancha y un café de desayuno. Cogió el Correo y mientras lo hojeaba dio cuenta de lo que había pedido al amanerado camarero que atendía la barra.
-¿Ya has desayunado? –preguntó el americano nada más llegar.
-Si. Me he dado un capricho yo solo. Pero no te preocupes, puedo tomar otro café, este segundo descafeinado, contigo.
El americano pidió un descafeinado y un café normal y volvió con ellos a la mesa donde se encontraba Pedro. En ese momento llegó Nordin que, tras saludar, pidió un café doble al de la barra.
-¿Qué vamos a decirle a ese cabrón? –Nordin volvió a repetir la pregunta que ya había realizado en otras ocasiones sin encontrar la respuesta deseada.
-Yo le preguntaría sencillamente a ver qué es lo que quiere. Tal vez, tal y como te ha dicho Arantza, solamente quiera demostrarnos que él juega bien al juego de las amenazas. Quizás simplemente esté buscando lo que vamos a darle hoy, nuestro reconocimiento, la demostración de nuestro nerviosismo.
-¿Y para eso tiene que fotografiar a las hijas de Nordin, a mi novia? –el americano no solamente estaba nervioso: estaba enfadado. No le gustaba perder, ninguna batalla, ninguna partida.