El azar, siempre tan veleidoso, ha querido que coincidan en el tiempo dos acontecimientos con el mar como telón de fondo. Uno de ellos tiene hechuras trágicas, no en vano deja la infausta cifra de 82 muertos y más de 500 desaparecidos. El otro, en cambio, afecta a cinco hombres, de momento desaparecidos.
El contraste, no me negarán, es brutal. Si nos atenemos exclusivamente a las cifras, el foco de la atención mediática y de la opinión pública debería alumbrar el drama que mayor número de víctimas conlleva.
Si bien la lógica que impera no es esa. En la era de la deshumanización, la repercusión ya no se mide por el número de sufrientes, sino por el color de su piel o la frondosidad de su billetera.
El contraste, no me negarán, es brutal. Si nos atenemos exclusivamente a las cifras, el foco de la atención mediática y de la opinión pública debería alumbrar el drama que mayor número de víctimas conlleva.
Si bien la lógica que impera no es esa. En la era de la deshumanización, la repercusión ya no se mide por el número de sufrientes, sino por el color de su piel o la frondosidad de su billetera.