La mayoría de personas migrantes que llegan a España lo hacen huyendo de contextos de violencia, pobreza o cambio climático. Muchas de ellas trabajan en condiciones precarias –como los jornaleros de Torre Pacheco– y contribuyen a sostener, no solo nuestra economía, sino también nuestro Estado del bienestar, pensiones y Seguridad Social incluidas. Sin embargo, lo que cala es otra cosa: la narrativa del “efecto llamada”, la imagen del “invasor”, el estigma del “delincuente”. Y eso, repetido desde tribunas políticas e institucionales, cala. Y mata.
Su estrategia es clara y está muy estudiada. Cada vez que hay elecciones cerca, endurecen su discurso, especialmente en torno a la inmigración. Si hay un hecho concreto –como la crisis migratoria en Canarias o una agresión en la península–, lo aprovechan para amplificar su ideario racista. Lo vimos en las elecciones europeas. Lo vimos en las autonómicas. Y lo estamos viendo ahora gracias a una maquinaria mediática que, muchas veces, les hace el trabajo sucio sin pudor ni contraste.