Cada día laborable un capítulo (28/35) |
Llegó el mes de Julio. El tiempo no era bueno. Llovía a menudo y el sol no conseguía adueñarse de un cielo que permanecía demasiado nublado. No parecía verano. Pedro no estaba acostumbrado a veranos nublados y lluviosos. Los bilbaínos tampoco estaban contentos con la insistente lluvia que no les permitía acercarse a las vecinas playas y darse un baño una vez terminadas sus jornadas laborales. Del trabajo a casa, y ver caer agua desde las ventanas.
Pedro no era un entusiasta de la playa. Lo que le fastidiaba era no poder salir a la calle, sentarse en un banco y tomar el sol mientras hojeaba algún libro. Los primeros días del mes aprovechó las contadas treguas concedidas por las copiosas lluvias para salir a correr y a pasear. Subió a Artxanda en un par de ocasiones y anduvo hacia el Vivero, disfrutando de las vistas que se extendían a ambos lados del camino. Veía las montañas del Duranguesado al fondo, la curvada cima del Gorbea, el Ganekogorta, que arranca en el mismo borde de la ciudad y alcanza los mil metros de altura, con una cima que parece una ola verde modelada por el viento. Y al otro lado el Txorierri, sus pueblos, el aeropuerto y, junto a Getxo, el mar.