Señor, que para explicar tu amor a los hombres te presentaste a ellos como el “Buen Pastor”, ayúdame a portarme de tal modo que todos puedan también imitar un día a una “buena oveja”.
Que descubra y ayude a potenciar todo lo positivo que se encierra tras ese recinto que se llama “redil” (familia, comunidad parroquial, diócesis, etc.); y que, por lo mismo, nunca caiga en la tentación de saltarme su cerca y escaparme de él.
Haznos, Señor, a mi y a mis compañeros de rebaño, el regalo maravilloso de unos pastores semejantes a Ti. Que nos cuiden y guarden con amor, no por dinero.
Que lleguen incluso a dar su sangre por nosotras, en lugar de huir, o de sacrificar la nuestra. Unos pastores, en fin, a quienes no les dé vergüenza “oler a oveja”, como a Ti tampoco te la dio “oler a hombre”.
Cierto que a veces se necesitan perros que nos conduzcan, corrijan y reúnan; pero que también lo hagan al estilo “buen perro” en solidaridad y obediencia al pastor, procurando tan sólo nuestro bien, sin asustarnos ni mordernos las patas.
Recuerda, en fin, tu solicitud por las “ovejas perdidas”. ¡Dejaste las noventa y nueve por tan solo una de ellas! Que los pastores no se conformen con las que están a su lado dejando que se pierdan tantas que se les escaparon.
Que no se aprovechen de nuestra lana y de nuestra leche para engordarse, ni mucho menos que se presenten como “lobos disfrazados de nosotras”, ya tenemos suficientes. Haz que ellos sean guías y orientadores que nos lleven a estar contigo.
Que nos lleven a tus verdes campos, a tus fuentes tranquilas, que reparen nuestras heridas y no nos sintamos dejadas o miedosas en los caminos oscuros.
Que nos hablen de Ti y que su voz sea eco de la tuya. Que no sintamos el desanimo de andar como ovejas sin pastor, sino que nos animen a reconocer en ti, Señor Jesús, a nuestro “Buen Pastor”.
Que su servicio y presencia sea de verdad Pastoral. Amén.
Oración leída en la última página del libro