en la que elegiremos el nuevo Parlamento Vasco.

martes, 29 de julio de 2014

09 - ¡Gracias para venir!

9.   
       
         Pedro se disponía a salir de casa para dar un paseo por la concurrida y animada GranVïa cuando sonó su teléfono.

-¿Qué haces? –era la voz de Robert.

-Ahora mismo estoy atándome los zapatos, bueno las zapatillas estas de monte que calzo siempre. Salgo a dar un paseo. ¿Qué pasa?

-Estamos aquí Nordin y yo, en la tienda, y hemos decidido ir a Algorta a presionar un poco al pájaro.

-¿Presionar? ¿Cómo? Pero si todavía no le hemos dado tiempo para demostrar que no va a molestar más a Arantza. Le dejé la nota antes de ayer. 

-Es necesario que vea que no es farol. Que vamos en serio. Esta mañana me ha telefoneado Arantza diciendo que el muy pájaro le ha vuelto a amenazar, la ha relacionado con nuestra carta y le ha dicho que no le iba a resultar tan fácil librarse de él. Así que hay que hacer algo. Esta noche vamos a pintarle el escaparate.

-¿Pintarle el escaparate? ¿Con qué?

-Con pintura negra. He conseguido un spray a buen precio.

-Ya, ya. Pero, ¿qué le vais a poner?

-¿Tú no vienes?

-No sé. Bueno cambio la pregunta. ¿Qué le vamos a poner?


-“Vamos en serio”. Sólo eso. ¿Qué te parece? Pensamos que en estos primeros días tiene que sentir la presión. Cuanta más presión reciba antes acabamos. Nos cogemos los seiscientos euros y a por otro caso. Nos vamos a hacer de oro, porque afortunadamente para nosotros el mundo está lleno de mamones como el Adrián este.

-Ya sabes que tengo mis dudas sobre si es correcto o no lo que hacemos.

-No vamos a discutir por teléfono. Si quieres venir nos vemos a las siete y media en San Nicolás. ¿Vendrás?

-Sabes que sí.

-Sí, lo sabía. Nos vemos.

         Eran las seis y media. Todavía le quedaba una hora antes de juntarse con sus dos colegas. Así que retomó su anterior plan, pasear por la Gran Vía. La calle lucía toda la parafernalia navideña: el Corte Inglés con su decoración de luces blancas y azules y los elegantes tilos de la calle con sus bombillas azules. Luz tenue, poco brillo. El ambiente era agradable, acogedor. Muchos transeúntes entraban y salían de las tiendas. Aparentemente la crisis no existía. El nivel de consumo parecía mantenerse en las tiendas del centro. Las cafeterías llenas de gente, la vecina Ledesma atiborrada de animadas cuadrillas que degustaban vinos y cervezas en mitad de la calle riéndose de alguna anécdota de la jornada o comentando el mal rumbo que estaba tomando el futuro deportivo del Athletic. Las tiendas de Zara parecían hormigueros humanos en los que cientos de personas caminaban de un lado a otro en busca de esa prenda barata y bonita. Por las puertas de cualquiera de las dos tiendas de El Corte Ingles desfilaban multitudes que entraban y salían. A Pedro le gustaba observar ese espectáculo de vida consumista, motor del sistema económico que, según decían en la tele y en la prensa, se tambaleaba dejando secuelas difíciles de asimilar por el conjunto de los ciudadanos españoles que veían cómo crecía imparable el paro, como descendían vertiginosamente los sueldos y cómo a pesar de las apariencias ese consumo se encogía en exceso.   

         Algunos antiguos amigos de Madrid estaban muy preocupados por el futuro oscuro que esperaba a sus hijos. Muy pocas perspectivas de poder trabajar dignamente en el país. Sin trabajo no hay dinero, sin dinero no hay posibilidades de iniciar una vida diferente fuera del hogar paterno. Les había escuchado frecuentemente exponer sus miedos, desde que empezara la maldita crisis hacía ya cuatro años, cuando el presidente Zapatero comenzó su segunda legislatura al frente del gobierno, allá por los años 2008 y 2009. Pedro se encontraba libre de tales preocupaciones. Muy mal tenían que ir las cosas para que la crisis le dejara sin mil euros mensuales de pensión, cantidad más que suficiente para seguir viviendo en Bilbao disfrutando de una más que envidiable calidad de vida.

         Incluso tampoco le preocupaba demasiado quedarse sin pensión de jubilación. Aún era joven, pero tenía la sensación de haber vivido lo suficiente como para poder morir con relativa tranquilidad, con la tranquilidad que te da saber que has hecho muchas de las cosas que debías y querías hacer. Si la situación se ponía muy mal podría suicidarse tomando varias pastillas letales. Tendría que informarse previamente sobre la manera de conseguirlas, pero pensaba que no podía ser muy difícil. Era una de las ventajas de la soledad: tus decisiones solo te afectan a ti. Pedro estaba libre de familias, de padres, de mujer y de hijo. Sus nuevas amistades, las que había forjado recientemente en Bilbao, eran extraordinarias, pero quizás por precaución Pedro las había labrado con prudencia y con distancia, sin demasiados lazos, sin ataduras. Nordin, Robert, Irene, Domiciana, sus vecinos del quinto y yo mismo. Amistades sin responsabilidad. Tal vez Irene. Pero había demasiadas protecciones, demasiadas precauciones, demasiada distancia preestablecida como para que esa relación se convirtiera en una de esas que condiciona demasiado. De momento.

         Todos esos pensamientos se le arremolinaban a Pedro mientras corrían los minutos. Sin orden, superpuestos, sin buscarlos. Así pasó la hora. Tuvo que darse prisa para conseguir ser puntual. Casi lo logró.

-Llegas un par de minutos tarde, -le recibió el americano.

-Disculpa. He estado dando una vuelta y he perdido la noción del tiempo. ¿Has sido tú puntual?

-No puede ser de otra manera. Como no puede ser de otra manera que nuestro amigo llegue tarde.

-¿Qué llevas en el macuto?

-¿Qué es macuto? ¿Esta bolsa?

-Si. ¿Qué llevas ahí dentro?

-El spray. Lo he comprado en una tienda de San Francisco. 

-¿Caro?

-Bueno. El spray lo pago yo. Luego vosotros os pagaréis unas cervezas, espero.

         Nordin interrumpió la conversación cuando llegó y se excusó por la tardanza con la única intención de provocar los acostumbrados reproches de Robert. 

         El metro llegó pronto y a esas horas fue difícil encontrar dónde sentarse. Se repartieron por los diferentes asientos libres del vagón. Cuando llegaron a Algorta se pusieron en pie y abandonaron el tren. Una vez en la calle disfrutaron del frescor de la tarde-noche. Caminaron sin prisa hasta la calle donde se encontraba la tienda de Adrian y constataron que todavía estaba abierta. Pasaron de largo tras ojear el escaparate de refilón con la intención de observar brevemente a la víctima de sus amenazas. Ahí estaba, recostado e inclinado sobre el mostrador, hojeando una revista. Robert propuso tomar unas cervezas y esperar a que la calle se vaciara de transeúntes.     

         En una plazoleta cercana encontraron una taberna irlandesa. Nordin pidió una cerveza rubia, sus dos amigos sendas pintas de guiness. 

-¡Qué emocionante es pasar a la acción! Creo que deberíamos montar una agencia.

-¿Una agencia de qué?, -preguntó Pedro.

-De qué va a ser, de justicieros.

-¿Justicieros? –preguntó divertido el marroquí.

-Sí, exactamente, de justicieros. Yo creo, y lo digo seriamente, convencido de que lo que digo no es una tontería, que hoy en día es necesario que exista alguien que proteja los intereses de la mayoría de la población. Lo que estamos haciendo nosotros tal vez sea una menudencia. ¿Se dice así? Es que creo que leí una palabra parecida hace poco en un libro y me pareció una palabra sonora, larga, importante. ¡Eso es una menudencia! ¿Está bien señor experto en castellano? 

-Está perfectamente bien, como casi todo lo que dices, -contestó el madrileño. –Puedes retomar tu discurso sobre la justicia y la necesidad de que existan justicieros que defiendan a los ciudadanos. Como el Zorro, como Spiderman, como Robin Hood.

-Algo así. La policía solamente defiende el orden que marcan las leyes, un orden que, como vosotros sabéis, es un orden que no necesariamente es justo. Prueba de ello los desahucios, los despidos, el paro. Ninguna de esas tres cosas es justa. Y la gente se siente desarmada, sin posibilidad de defenderse. La ley no les ampara.

-¿Y para eso estamos nosotros? –intervino Pedro mientras Nordin atendía sonriente al discurso de su amigo.

-Estamos empezando. Algo hemos hecho. Un maldito abogado prepotente ha tenido que tragarse algunos bocados indigestos. Y ahora vamos a conseguir parar los piés a un imbécil macheras hijo de papá. No está mal para empezar. A mi me gustaría poder hacer algo con Urdangarín, o con cualquiera de esos corruptos politiquillos y empresarios que parecen estar amparados por la ley, por la ley que impone un orden que no me gusta. ¿O te gusta a ti? –preguntó desafiante a Pedro antes de dar un largo trago a su cerveza.

-En eso tienes razón. Yo también lo he pensado varias veces. Si fuera más joven y menos cobarde intentaría montar un grupo de acción directa que les hiciera la vida imposible a esos hijos de la gran puta. –La rotundidad de la respuesta desconcertó a sus camaradas.

-¡Pues eso es lo que digo yo! –respondió Robert eufórico. -Nosotros no podemos meterle un palo en el culo al duque de mierda ese, pero en otra escala podemos hacer nuestras contribuciones a la justicia. Cuando no hay otra manera posible de defenderse, llegamos nosotros y actuamos.

-Cobrando.

-¿Qué tiene de malo? El dinero no es malo. Cobrar por nuestro trabajo es posibilitar que el dinero se mueva, que es una de las cosas que hace falta hoy en día. 

-De momento solamente vamos a cobrar a Arantza, -puntualizó Nordin que no abandonaba su sonrisa.

-De momento, -subrayó Robert. 

-Es prácticamente el primer caso que llevamos, porque lo del abogado surgió de otra manera.

-Lo del abogado fue lo que nos abrió los ojos a un mundo lleno de oportunidades. Oportunidades de ganar dinero y de hacer justicia. ¿Habéis visto esa película de Robert DeNiro y AlPacino en la que ambos hacen de policías a punto de jubilarse? Uno de ellos, aquejado de una enfermedad no confesada e incurable, empieza a matar a todos aquellos culpables que ellos habían detenido pero que los jueces habían absuelto, por falta de pruebas definitivas. 

-Ahora lo veo más claro. Nosotros somos DeNiro, Al Pa y el tercero podría ser tranquilamente Dustin Hoffman. Muy bien. Yo me pido De Niro.

-Y yo me voy a pedir otra cerveza. Las sirven muy bien aquí, -comentó Robert mientras se levantaba con intención de acercarse a la barra. -¿Queréis vosotros otra?

         Los otros dos tenían suficiente con la cantidad que estaban bebiendo. Cuando volvió el americano a la mesa comenzaron a hablar de cine. Coincidían en gustos. Los tres defendían los trabajos de actores que algunas veces habían sido acusados de repetirse, de rozar el histrionismo, pero que su aparición en la pantalla daba una dimensión diferente a la película. El film crecía cuando cualquiera de los tres actores citados anteriormente gesticulaba, o simplemente miraba a cámara sin decir nada. Gente que está dotada con el don de la presencia. Aparecen y todo crece.

         Pasadas las nueve abandonaron la confortable taberna de la Plaza de San Nicolás de Algorta para dirigirse a la tienda de Adrián. La calle estaba casi despoblada. En ese momento una pareja de jóvenes se abrazaban cariñosa y ansiosamente junto a un portal. Un caballero con aspecto de hombre de negocios caminaba a paso ligero alejándose del lugar en el que se encontraban los tres amigos.

-¿Cómo lo vamos a hacer? –preguntó Pedro que  sentía cómo le afloraban los nervios cada vez que se debía enfrentar a una acción de ese calibre.

-Fácil y bien. Primero nos vamos a alejar un poco de aquí. Luego  vamos a cambiar nuestro aspecto con diferentes postizos. Tengo gorros, bufandas, gafas y barbas en el bolso. ¿Cómo me has dicho que se llamaba este bolso? ¿Maputo?

-Macuto, -le corrigió.

-Bien, en el macuto. Luego tú, Nordín, te colocarás al otro lado de la tienda, a unos cincuenta metros, para vigilar la posible llegada de alguien que no queremos que llegue por aquel lado. Tú, Pedro, harás lo mismo por este lado. Tenéis que vigilar sin levantar sospechas. Podría haber alguien en alguna ventana viendo todo, incluso podrían grabarnos. Hoy en día con los teléfonos móviles se puede hacer de todo. Vigilar que eso no suceda. Si sucede silbamos. 

-Yo no sé, -apuntó Pedro que en ese momento se estaba colocando un gorro de lana azul, una bufanda a rayas y unas gafas oscuras.

-Pues entonces toses con fuerza. Que se te oiga. ¿no?- propuso Nordin, ataviado con gafas sin cristal alguno, bisera y una larga barba negra.

-Toses. Tres veces y fuerte. Y tú silbas. Tres veces también. –Robert se había calado una boina azul Bilbao, un fular rosa, una barba pelirroja y unos guantes. –Yo me pongo los guantes para no dejar huella alguna. Por si acaso toco el cristal, o se me cae el bote de pintura. ¡Yo que sé! Lo he visto hacer en las películas.

-Me parece perfecto. Si lo hacen en las películas nosotros no vamos a ser menos. –Nordin era quien parecía divertirse más realizando ese tipo de acciones. -¿Sabes lo que vas a escribir o vas a improvisar cuando estés frente al escaparate?

-Ya os lo he dicho: “Vamos en serio”. 

-Me gusta. Vamos en serio. Es un buen título para un libro, para un disco.      

         El americano ordenó a Nordin que tomara posiciones mientras revisaba el material que traía guardado en el macuto. El marroquí tomó posiciones al otro lado de la calle. Se recostó en la pared de un elegante edificio, flexionando su pierna derecha y apoyando su pie en la fachada. Luego encendió un cigarrillo. Estaba dejando de fumar. Quería dejar los porros, pero de vez en cuando necesitaba una ración de humo en los pulmones. Luego Pedro se colocó en una esquina cercana, con las manos en los bolsillos del anorak y con la mirada baja, nervioso, sin parar de dar unos pequeños pasos en torno a la esquina seleccionada. Cuando Robert comprobó que todo el mundo estaba en su sitio se dirigió a la tienda de Adrian con paso decidido, agarrando el spray que descansaba en el fondo del bolso mientras caminaba directo hacia su objetivo. Una vez ahí extrajo el spray y empezó a escribir el breve pero contundente mensaje. La V salió perfecta, nítida, sin dudas. Luego vino la A. Sin problemas. La M costó algo más porque en medio de la escritura de la letra el spray dejó de disparar. Robert agitó el bote y de nuevo empezó a fluir la pintura negra. La O fue un modelo de grafía y la S parecía una serpiente saliendo de un cesto en la plaza de Marrakech. La segunda palabra quedó plasmada sin problemas. Estos surgieron cuando hubo que dibujar una segunda cobra. La E comenzó a perder color. La R era más gris que negra. La I fue una sombra de una farola en un día poco soleado y la O no pudo llegar a su término, quedando dibujada solamente la parte inferior de la vocal, simulando un nido de buitres sin techumbre.

         Robert juraba en su idioma materno. Pedro y Nordin podían escuchar perfectamente cómo repetía la palabra “fuck” cientos de veces, como si estuviera protagonizando una película de Tarantino. Sintió deseos de arrojar el bote contra el cristal pero consiguió controlar su rabia y volver a guardarlo en el macuto. Luego, de nuevo con paso decidido, recorrió la distancia que le separaba de Pedro y una vez ahí le hizo gestos a Nordin para que él también se acercara. Juntos se alejaron del lugar del delito despojándose de sus embozos y guardándolos en el macuto del americano. Los primeros cien metros los anduvieron sin decir palabra. 

-¿Qué ha pasado? –preguntó Pedro que adivinó que algo había sucedido nada más empezar a escuchar los primeros juramentos de su amigo. 

         En ese momento Nordin empezó a reírse a carcajadas. 

-Se le ha acabado la pintura, -dijo el marroquí. –Ha escrito “Vamos en seriu”, con una última U ridícula, bajita.

-¡Putos chinos! Eso me pasa por querer ahorrar unos céntimos. He comprado el spray en una tienda de chinos de Sanfran, y creo que era de segunda mano, por el precio y por la cantidad de pintura que quedaba. ¡No ha llegado ni para escribir doce malditas letras! 

-¡Culpa de la crisis! ¡Mariano nos obliga a ahorrar y mira lo que pasa! La producción empeora. 

         El americano siguió repitiendo la conocida palabra inglesa que sustituye a la larga lista de insultos y palabrotas que tenemos en castellano. Estaba enfadado. Entonces intervino Pedro intentando recobrar el humor. 

-El Adrián ese será listo y entenderá el mensaje. Ese era el objetivo del día, ¿no?

-Si. Y lo próximo que le vamos a pintar va a ser su precioso coche de niño pija de familia rica. Mañana llamaré a Arantza y le preguntaré a ver si tiene noticias de este degenerado cabrón.

-¡Vaya suerte tienes! No sé por qué no le pedí yo también a Arantza el teléfono. La chavala está de muy buen ver, -se lamentó Nordin..

-¿Por qué crees que me estoy tomando este trabajo con tanta profesionalidad? Esa chica me gusta y espero conquistarla. Si no fuera vasca, una vasca estrecha como la mayoría de ellas, ya hubiera pasado por mis manos.

-Uuuuuuu…. –dijeron los otros dos a coro. –El americano arrebatador ha hablado.

-Ya veréis como cae en mis brazos, rendida a mis encantos, -Robert había recuperado su buen humor. 

-Espero que no le bajes el precio por lo guapa que es o porque te quedes coladito por ella. Un trabajo es un trabajo y no es bueno mezclar negocio con amor, -apuntó Nordin. –Por cierto, ya tenía que habernos pagado los primeros trescientos euros. Quedamos en que nos los daría al comenzar la misión; la empezamos el lunes y hoy es miércoles.

-Hemos convenido en que le llamaría mañana, que quedaríamos a tomar un café y en que me daría la primera entrega. De lo contrario, por muy buena que esté, le pintamos la fachada de su casa.

-O sea, que has quedado con ella a nuestras espaldas, -dijo el marroquí.

-No creía que fuera tan importante. Es solo un café, -Robert puso cara de pícaro mientras decía esta frase. –No seas celoso. Puedes venir si quieres, pero la chica solo tendrá ojos para mí.

-Eso está por ver. Pero no voy a hacerte la competencia. No me gusta fastidiar a los amigos. Lo ibas a tener muy difícil.

-Lo más conveniente sería que fuera yo, -dijo Pedro. –Sin discusiones. A mi esa chica no me llamó mucho la atención. Creo que si me cruzara con ella por la calle no la reconocería. 

-¡Claro! Tú con Irene tienes bastante. –Dijo el americano poco antes de soltar una sonora carcajada.- Pero podéis quedaros tranquilos. Mañana telefonearé a Arantza y quedaré con ella en Iturribide, a eso de las siete de la tarde. ¿Os parece bien, celosillos?

-A mí, perfecto. Así yo también puedo verla, que me gusta, -dijo el marroquí.

-A mí también me parece bien. –Pedro también se mostró de acuerdo. Luego continuó hablando: -Y otra cosa que me gustaría aclarar. Lo mío con Irene es algo muy distinto. No tiene nada que ver con el sexo, aunque os cueste entenderlo.

-Hombre, entenderlo es difícil para gente tan terrenal como el yanqui y yo, pero puedo ponerme en tu piel, mucho más espiritual que la nuestra, y comprender ligeramente lo que es una atracción de esas características. 

-Sé que lo dices en bromas, pero es cierto. De todas formas no voy a ponerme trascendental con vosotros, y menos esta noche que el ambiente que se respira es bastante jocoso. ¿Dónde vamos a tomar la cerveza, aquí o en Bilbao?

-Mejor en Bilbao, no vaya a ser que nos enrollemos y perdamos el último metro.