El hecho de que las cuatro leyes citadas tengan que acometer la estructuración básica del país constituye la razón básica por la que no han sido todavía abordadas. Todas ellas tocan, en efecto, eso que tan esotéricamente ha venido en llamarse «el núcleo indisponible de la foralidad» y que, en términos menos solemnes, resulta ser no más que «la taifa en la que cada partido pretende hacer inexpugnable su poder».
Así, la de momento frustrada Ley de la Administración Pública se negaba a rebasar los estrictos límites de la Administración general para no invadir los sacrosantos de las diputaciones forales; la tan largamente esperada y nunca aprobada Ley Municipal apenas permitía a los ayuntamientos introducir su patita en el sancta sanctorum de la foralidad, que no es otra cosa que el recinto indisponible de la fiscalidad; la de reforma de la LTH, a la que tanto se resiste el PNV y que tan poco gusta al PP, evoca tales recuerdos de conflictos internos en el seno del partido jeltzale que mejor no hablar siquiera de ella; y la que ha de definir, por fin, el nuevo estatus –es decir, y dicho sin eufemismos, la que reforme el Estatuto– tendrá que abrir en canal, además de otras cuestiones delicadas en relación con el Estado, la del modelo definitivo de país, bien en términos de una confederación de territorios al estilo de una rancia foralidad, bien de acuerdo con los parámetros funcionales de cualquier nación moderna.
Pero, aparte de la dificultad objetiva de los hechos, está la debilidad subjetiva de los gobiernos. La del que ahora nos dirige es evidente. Nacido de la duda entre la ingenua «geometría variable» de aquel principio y una sólida alianza de gobernabilidad, se decantó por un acuerdo limitado tanto en los contenidos como en el tiempo que no le otorga la fortaleza necesaria para acometer empresas de alcance. Con todo, y pese a no haber dejado desde entonces de caminar arrastrando sus cansinos pies, se ha propuesto alzarse a metas que todo el mundo ve mucho más allá de sus posibilidades. En concreto, las que aquí hemos mencionado precisarían de un Gobierno que basara su fortaleza en la integración de quienes defienden los dos modelos contrapuestos de país, de modo que el acuerdo que entre ellos se forjara tendría también capacidad de atraer a quienes, aun habiendo quedado fuera, pudieran verse en él representados. Pero, tras estos últimos años de desvarío, parece haber quedado olvidada la historia.
(Parte de un artículo de JL Zubizarreta en El Correo de ayer)