Dicen que cuando el pasado lunes el embajador ruso en Ankara era asesinado (porque Rusia desafiaba el dominio de Turquía y sus aliados sobre Siria), Vladimir Putin iba a ver una obra de teatro de Griboyédov, dramaturgo y diplomático ruso, asesinado en 1829 en Teherán por un grupo de ciudadanos enfurecidos por el humillante Tratado de Turkmenchay, que Rusia imponía a Irán tras la victoria en la última guerra entre ambos estados.
El atentado, que muestra los graves problemas de seguridad en Turquía, más que dañar las relaciones entre Moscú y Ankara, transmite un mensaje al propio Erdogan: ¡no será difícil acabar con él!
El “Estado Profundo” que domina el escenario turco y allí lo llaman “mentes oscuras”, integra a miles de agentes de la CIA, Mossad, BND, Mit, Gulenista (o sea, Gladio), etc., y está provocando una guerra civil, que apunta además al propio presidente.
En fin, los acontecimientos no resultan ser siempre lo que parece y las balas que asesinaron al diplomático de Putin enviaron también un aviso a los representantes de Ankara antes de reunirse con sus homólogos iraníes y rusos en Moscú para decidir los siguientes pasos en Siria sin contar con EEUU y Arabia saudí.