El primero, el envío de armas no tiene como objetivo ganar la guerra a Putin. La cuestión estriba ahora en qué otras ganancias se pueden obtener del acuerdo de paz que antes o después será firmado por las partes en conflicto. Es triste creer que el envío de armas está probablemente motivado por las expectativas europeas y estadounidenses de conseguir alguna contraprestación futura a cambio de la ayuda militar actual.
El segundo axioma a desmentir es que debemos enviar armas porque lo pide la población de Ucrania. El envío de armas a lugares en conflicto no es una decisión gratuita ni libre de riesgos e irremediablemente lleva implícita la pérdida de su control. Esto ocurre incluso con armas enviadas en tiempos de paz. El ejército ruso está atacando ahora a Ucrania con armamento que ha comprado, al menos desde la ocupación de Crimea en 2014, a tres países OTAN (República Checa, Italia y Turquía), a Israel y, sobre todo, a Ucrania. Las armas que ahora se están enviando acabarán muy probablemente engordando el arsenal ruso o un mercado negro que alimentará futuros conflictos, del mismo modo que ha pasado en Libia, Siria o Irak.
Finalmente cabe desmentir el tercero de los axiomas que dice que para tener más seguridad la UE debe ser una potencia militar. Desde la caída del Muro de Berlín, la OTAN se ha comportado como la organización militar que es, ha aprovechado la debilidad de su otrora enemigo, para ganar posiciones con sucesivas ampliaciones de miembros en el Este de Europa. Es cierto que esto no justifica la agresión de Putin a Ucrania, por supuesto, pero en parte la explica.