Es difícil no estar de acuerdo, ahora que la guerra en Ucrania nos ha colocado de manera brutal ante el coste financiero, político y hasta moral que tiene para Europa depender del gas natural ruso.
¿No era ese el camino en el que estábamos?
¿No llevábamos tiempo hablando de transición energética y del impulso definitivo a las renovables en Europa?
¿No estábamos ante la última oportunidad de reducir radicalmente la dependencia de los combustibles fósiles?
La lógica de lo importante dice que una crisis de hidrocarburos como esta es el mejor momento para cambiar de fuentes de energía.
Pero la lógica de lo urgente dice que no es el momento de cambiar de combustible, sino de proveedores, y que produzcan lo más posible para evitar que el vertiginoso aumento de precios asfixie la economía.
De pronto, entre las restricciones al combustible ruso, la factura eléctrica y la inflación, no solo se ha dejado de hablar de la emergencia climática, sino que el malestar ya ha obligado a poner sobre la mesa subvenciones al gasóleo.