Cada día laborable un capítulo (24/35) |
El sábado amaneció plomizo. Robert se asomó a la ventana de su habitación y se temió lo peor: lluvia. Había vuelto a casa tarde, tras un amoroso encuentro con una joven vasca que conoció semanas atrás en el Residence. El Residence era una fuente inagotable de ligues pasajeros para el americano.
Mientras desayunaba varias tostadas de pan con mermelada y miel hizo recuento de sus amores en tierras americanas. En Nueva York vivió sus amores más entregados, no en vano fueron los primeros. Recordó a la compañera de Instituto con la que se estrenó. No le gustaba aquella chica, simplemente se puso a tiro y el necesitaba experimentar ese placer que alguno de sus amigos calificaban como incomparable. A pesar de sus urgencias Robert trató bien a aquella chica, tanto en la primera ocasión en la que se acostaron juntos como en las siguientes. Nunca se prometieron nada, aunque la rubita hubiese pagado por continuar entregándose en las manos de Robert. En aquel entonces era un apuesto adolescente de dieciséis años, con una seductora melena rubia, unos discretos ojos azules y la sonrisa más encantadora del Instituto.