El triunfo de Mariano Rajoy en las últimas elecciones solo tiene como retribución una incómoda primera minoría que da poco de sí ante la suma de los escaños que acumulan el resto de los otros tres partidos que le siguen en la escala de resultados.
Es un candidato que pretende gobernar sin haber recibido un mínimo aval de votos por parte de los electores y, además, debería de saber que para ejercer la presidencia debe pasar por un segundo acto que no es electoral sino político, del cual prescinde sin disimulo ni reparo.
El problema para Rajoy puede surgir si realmente se convierte él en el principal obstáculo para ejercer el rol que se le adjudica. Porque si los plazos se estresan y unas terceras elecciones comienzan a ser un destino posible, puede que su circunstancia deje de ser favorable.
Todo el mundo sabe, pero pocos lo dicen en público que la ausencia de Rajoy permitiría a Rivera pasar de la abstención al sí y a Pedro Sánchez ceder una abstención que narraría como una victoria fruto de su empecinamiento.
¿Por qué no se habla de esto?