Obviamente, hablamos de los dos cánceres democráticos:
quienes se creen con algún derecho divino
y quienes de creen líderes indiscutibles de su pueblo
Que el libertador más breve de la Historia –con una marca registrada de ocho segundos— fuese a proseguir la batalla en Waterloo, un lugar que dio nombre a la derrota más célebre de la Historia, sólo puede compararse con el enroque del rey emérito entre camellos y dátiles.
Contra toda probabilidad, ambos exilios, el monárquico y el republicano, convergieron la semana pasada mediante un acelerador de partículas electoral que los emparejó en las mismas coordenadas del espacio-tiempo.
Por un lado reapareció el electrón del rey Juan Carlos, que ya no pinta nada pero sigue haciendo lo que le da la real gana, y por el otro lado reapareció el protón de Puigdemont, que ahora tiene la llave de un gobierno y antes no pintaba ni flores.
Ambos a punto de extinguirse, pero con un mes por delante en el que darán de qué hablar.
Por un lado reapareció el electrón del rey Juan Carlos, que ya no pinta nada pero sigue haciendo lo que le da la real gana, y por el otro lado reapareció el protón de Puigdemont, que ahora tiene la llave de un gobierno y antes no pintaba ni flores.
Ambos a punto de extinguirse, pero con un mes por delante en el que darán de qué hablar.