Atravesé Portugal sin verme con ninguna moto en el camino. Solo al acercarme a Lisboa empecé a ver moteros por las calles de la ciudad. Si comparamos con las ciudades que más conozco como Madrid, Valencia, Barcelona, Donosti o Bilbao, muchas menos.
Pero una vez que recorres las calles de la capital lisboeta con tu burra empiezas a entenderlo. El asfalto es malísimo. Gran cantidad de calles empedradas, con suelos levantados, muchos baches. Y si a eso añades los railes de los tranvías, autenticas trampas, y algunos conductores menos amables de lo habitual, y la cantidad de dinero que han ahorrado en señales informativas, enseguida deduces que la concentración debe ser permanentemente máxima.
Tampoco destacan por suficientes aparcamientos señalados para motos, pero dicho todo esto, y a pesar de todo, tiene su encanto. En la foto los que conozcan mi burra, pueden verla aparcada.