La Historia se escribe también con minúsculas. Mariano Rajoy nunca ha pretendido que su nombre quedara en los anales como artífice del encaje definitivo de Cataluña en la España europea. Le basta con limitar los daños recreando la idea de que España solo puede hacer frente a sus retos sin moverse demasiado; argumento para el que la crisis le viene ni que pintada. Le basta con esperar a que la razón legal genere frustración entre quienes el jueves se prestaron a formar la gran V en Barcelona.
No habrá votación el 9 de noviembre. Es algo que ya sabían quienes alentaron la Diada soberanista. Pídanles explicaciones a ellos. Pero el Gobierno Rajoy no puede celebrar la estampa de un Artur Mas balbuceante al referirse a la consulta como si se tratara de un ‘éxito de Estado’. Porque es evidente que el conflicto está enmudeciendo también al Ejecutivo Rajoy. La frustración del otro o de los otros nunca es una conquista, y mucho menos definitiva. Porque la frustración genera siempre cuentas pendientes. Claro que Rajoy puede remitirlas a quienes le sucedan. La conversión de la consulta pretendida para el 9 de noviembre en una cita plebiscitaria que conforme un Parlamento aun más soberanista puede acabar siendo frustrante. Claro que Mas ya lo deja para quienes le releven.
K. Aulestia en EL CORREO del sábado