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lunes, 15 de septiembre de 2014

¿ Prohibir el deseo ?

Imagen y texto recogidos
del artículo de Ruiz Soroa
en EL CORREO de este domingo
Cuando menos interesante el artículo publicado por Ruiz Soroa en EL CORREO este domingo. Parece ser, según relatan los medios, que el comentarista de un partido de baloncesto se dejó llevar recientemente por su entusiasmo ante la actuación de las animadoras del encuentro y lanzó al espacio público la expresión verbal del deseo, con toda naturalidad de tipo sexual, que le suscitaban: «¡Quién pudiera pasar una noche loca con ellas!», dicen que dijo. Y también parece que, de inmediato, surgió rauda la acusación de machismo (¿micromachismo?) y de provocación indirecta a la violencia contra las mujeres, crítica que llevó al comentarista a dimitir y pedir perdón por sus palabras.

Lo de menos es el hecho en sí, lo interesante es destacar que nuestra sociedad está siendo invadida por un nuevo género de puritanismo, un neopuritanismo que pretende dictar normas sobre los deseos mismos del ser humano, sobre su derecho mismo a tener y expresar unos deseos en materia sexual. En definitiva, por una ‘política sobre los deseos’ que declara que unos son legítimos y tolerables mientras que otros no pueden ser siquiera pensados. O que deben ser ocultados so pena de escándalo moralista. Y no olvidemos que el escándalo es el arma principal de censura social.

Es importante no perder de vista lo que dijo, y lo que no dijo, el comentarista de marras. Y también por qué lo dijo. Se limitó a expresar el deseo que sentía, al ver las evoluciones graciosas de unas mujeres, de pasar una noche loca con ellas. No dijo en absoluto que estuviera deseando recurrir a la violencia, o a la fuerza, o al dinero, para imponer ese deseo a sus destinatarias. No dijo que deseaba pasar por encima de su voluntad, ni forzarlas a nada. Sólo dijo que deseaba experimentar una noche de diversión con ellas. Y, además, dato importante, ese deseo súbito que le invadió vino provocado por la exhibición de los cuerpos y la gracia de esas mujeres, invasión que constituye un proceso bastante normal en la naturaleza humana y, a no ser que queramos incurrir en una hipocresía notable, es precisamente lo que busca el espectáculo que protagonizan en la cancha: provocar el entusiasmo a través de la atención sexual de los espectadores.
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Bien está denunciar como rasgo defectuoso de la sociedad cualquier atisbo de dominación o humillación fundado en la cualidad sexual de los sujetos implicados, sobre todo en la forma machista en que culturalmente predomina. Pero sentir deseos sexuales, e incluso decirlo públicamente ante situaciones de incitación también públicas, no es dominación ni humillación. Todo lo más, es falta de educación. Y perseguir con el escarnio público a quien expresa esos deseos, tildándolo de sospechoso de perversiones peligrosas o de alentar la violencia de género, no es sino represión. Políticamente correcta, claro. Por eso nos callamos todos.