Créditos de imagen y texto |
¿A dónde nos lleva la hiperabundancia de ancho de banda y espacio de almacenamiento?
A almacenar en la nube ya no la foto que hemos hecho, sino las siete tentativas previas que hicimos hasta que finalmente quedó bien.
A mantener copias de cosas a las que, más que posiblemente, no vamos a volver en la vida, ni por necesidad, ni por interés, ni por nada.
A un gigantesco “por si acaso” que, en realidad, nunca llega a pasar de la muy remota posibilidad.
Nos hemos lanzado como posesos al síndrome de Diógenes, a convertirnos en poseedores de enormes espacios llenos de basura que no sirve para nada. A almacenarlo TODO, sea lo que sea, en una rutina absurda que prácticamente nunca llega a tener ninguna utilidad práctica.
Salvo, por supuesto, el poner a disposición del simpático cracker de turno – y digo cracker por no decir hijo de p**a, que suena muy mal – unos materiales que, posiblemente, estaban reservados para un uso íntimo o, cuando menos, restringido.