Los exámenes de próstata son uno de los refinados placeres que la vida reserva a quienes hemos pasado de los cincuenta. ¡Alguna ventaja tiene que tener llegar a viejo! El paciente se descubre frágil e insignificante cuando se agacha mirando a una pared llena de diplomas y se abandona en manos del médico, que encima a veces da conversación y va narrando el partido a medida que avanza por la medular. «Un poco grande», dice y uno no sabe si sentir orgullo o ir poniendo ya la esquela, tal es la turbación.
Y una vez superada esa fase tan "humillante", me imagino en la consulta del urólogo a otra gente que conozco, aunque sea por los informativos o por la tele.
Por ejemplo. imaginaros al emperador Vladímir, neozar de todas las Rusias, agachado y con el culo en pompa mientras un médico seguramente tembloroso le palpa la próstata por detrás. Tiene que ser un mal trago para Putin, cazador siberiano de machete y taparrabos, asumir la humillación de saberse humano, viejo, débil y mortal.