El ministro de Justicia ha anunciado que la nueva ley de libertad religiosa restringirá el uso del velo integral -'burka' o 'niqab'- en los espacios públicos porque son difícilmente compatibles con la dignidad del ser humano y, sobre todo, con elementos fundamentales en espacios públicos, como es la identificación.
Son muchos los motivos que hacen razonable la medida de impedir que esta prenda se generalice en nuestras calles, y me parece poco responsable la política permisiva de aquellos que no se ven, de momento, directamente implicados y recurren a la "libertad" para justificar semejante insulto a un laicismo respetuoso que a la vez se debe de hacer respetar.
Tal como comentaba J. Otaolea, abogo por una laicidad mediadora que se define como una fórmula jurídico-política orientada a garantizar la libertad de pensamiento, conciencia y de religión, al mismo tiempo que construye un espacio común a todos -creyentes e increyentes, espiritualistas y ateos- en cuanto unidos por el vínculo común de la ciudadanía.
Es cierto que vivimos en un escenario complejo y mestizo que nos exige la creación de condiciones de muto reconocimiento, co-implicación, y "convivialidad" crítica, en el que los poderes públicos garanticen mediante su neutralidad que cada uno de nosotros puede vivir su vida, personal y socialmente, de acuerdo con sus opciones religiosas o filosóficas, sin deseos ni necesidad de "salpicar a nadie no interesado", y todos podamos encontrarnos 'fraternalmente' en el vínculo común de nuestra ciudadanía. Algo tan simple y razonable como eso, que muchos lo llamamos simplemente laicidad y que todavía hoy en día suena a aspiración lejana.
Son muchos los motivos que hacen razonable la medida de impedir que esta prenda se generalice en nuestras calles, y me parece poco responsable la política permisiva de aquellos que no se ven, de momento, directamente implicados y recurren a la "libertad" para justificar semejante insulto a un laicismo respetuoso que a la vez se debe de hacer respetar.
Tal como comentaba J. Otaolea, abogo por una laicidad mediadora que se define como una fórmula jurídico-política orientada a garantizar la libertad de pensamiento, conciencia y de religión, al mismo tiempo que construye un espacio común a todos -creyentes e increyentes, espiritualistas y ateos- en cuanto unidos por el vínculo común de la ciudadanía.
Es cierto que vivimos en un escenario complejo y mestizo que nos exige la creación de condiciones de muto reconocimiento, co-implicación, y "convivialidad" crítica, en el que los poderes públicos garanticen mediante su neutralidad que cada uno de nosotros puede vivir su vida, personal y socialmente, de acuerdo con sus opciones religiosas o filosóficas, sin deseos ni necesidad de "salpicar a nadie no interesado", y todos podamos encontrarnos 'fraternalmente' en el vínculo común de nuestra ciudadanía. Algo tan simple y razonable como eso, que muchos lo llamamos simplemente laicidad y que todavía hoy en día suena a aspiración lejana.