Hoy siete de enero una manifestación multitudinaria recorrerá
las calles de Bilbao en apoyo a los presos de ETA. Muchos de ellos, a
mi juicio la mayoría, nunca habrán participado
en ningún acto de protesta contra la violencia de ETA. A buen
seguro, nunca habrán sentido como propia la necesidad ética o
política de criticar las acciones de ETA y de exigir el cese
definitivo de la lucha armada.
Les habría gustado que esta
organización negociara con los poderes del Estado español la
autodeterminación y la territorialidad de Euskal Herria, y que como
consecuencia de ello se decretara de inmediato la amnistía “para
los presos políticos vascos”, en aplicación del principio
‘amnistia ez da negoziatzen’. Sería el escenario ideal, donde la
lucha armada habría tenido su recompensa y la razón que habría
explicado su necesidad histórica y la legitimidad ética y política
de su existencia entre nosotros. Pero sobre todo tal escenario habría
servido de tranquilizante moral y político para esos miles de vascos
que justificaron dialécticamente el uso de la violencia para
conseguir objetivos políticos, sin asumir excesivos riesgos.
Nunca
habían imaginado que fuera posible la situación actual; es decir,
que ETA se viera obligada a decretar el cese definitivo de la
actividad armada sin tener nada a cambio en el orden político, ni
siquiera en materia de presos, confiándolo todo en un futuro más o
menos próximo al nuevo ciclo político y a los efectos taumatúrgicos
de la nueva estrategia.
Difícilmente se podrá mostrar la adhesión
activa a esa nueva estrategia si antes en uno mismo no se ha
producido la ruptura con la anterior, o si la nueva vía emprendida
no tiene como fundamento el reconocimiento del error que significó
la estrategia de la violencia.
No es solo un problema de credibilidad
ante los ciudadanos, también lo es de seguridad en las convicciones
que se defienden. Porque la ruptura definitiva con la estrategia de
la violencia debe ser ante todo y sobre todo de orden mental, que
descansa en el convencimiento de la superioridad de las vías
democráticas frente a las violentas y, por consiguiente, supone la
renuncia al uso de la coacción y la amenaza aún cuando desde las
vías democráticas no se consiga avanzar en el logro de los
objetivos.
Al igual que la amenaza es un arma inherente a la
estrategia violenta; el realismo, la persuasión, la paciencia y la
inteligencia lo son de la estrategia democrática. Estas cuatro armas
van a ser necesarias para gestionar debidamente la cuestión de los
presos de ETA, que cada vez serán más individuales y menos del
colectivo.
El realismo y la inteligencia nos dicen que si el objetivo
perseguido es el de la excarcelación; es decir, ‘presoak etxera’,
es mejor que se plantee así, y no bajo la bandera de la amnistía.
El realismo y la paciencia deben llevar a la izquierda abertzale a
entender este proceso como algo que tiene que ir madurando en la
política del Estado y en la opinión española. Cualquier pretensión
de acortar tiempos o acelerar el proceso como si todo el mundo
pensara en esta cuestión como la izquierda abertzale o como si la
sociedad española pensara como la vasca chocará con la realidad.
Es
imprescindible que la izquierda abertzale hable con claridad de estas
cuestiones a los presos, para que nadie se haga falsas ilusiones. En
las estrategias de negociación diseñadas por ETA nunca los presos
ocuparan el punto principal de la agenda, siempre fueron concebidos
como secuelas del conflicto cuya libertad estaba ya conseguida de
antemano. Ahora, pasa lo que pasa.
La persuasión y la inteligencia
deben llevar a la izquierda abertzale y a ETA, a reconocer ante la
sociedad el error que ha significado la práctica de la ‘lucha
armada’. El reconocimiento del daño causado carece de la
credibilidad necesaria y suficiente si al mismo tiempo se considera
que la situación actual y la pujanza electoral de la izquierda
abertzale tienen su explicación en la estrategia desarrollada en
estas tres décadas.
Una declaración pública en este sentido
allanaría muchos obstáculos y ayudaría a que dentro de un tiempo
razonable fuera posible el deseo de los manifestantes de Bilbao.
Publicado por Xabier Gurrutxaga en Vocento (2011-12-29)