Hoy he visitado el Guggenheim para ver las obras de Tápies y he comprobado cómo se repiten una serie de signos e imágenes que pertenecen al universo simbólico e interior del artista, con claras alusiones al universo, la vida, la muerte o la sexualidad. Entre ellos el signo más constante a lo largo de su carrera es la cruz (griega, latina, en aspa o en forma de T).
Aunque la cruz es un símbolo muy antiguo y universal abierto a muchas interpretaciones y común a muchas civilizaciones primitivas antes de que se convirtiera en el símbolo de la fe cristiana, su sentido más básico es la intersección que la cruz marca en un punto particular del espacio, que constituye también el punto de unión de dos direcciones opuestas, vertical y horizontal: el punto donde una niega a la otra. Si la línea vertical se asocia con las aspiraciones trascendentales y la horizontal con la densidad de la materia, la cruz en un sentido estático señala el punto donde ambas se reúnen y en un sentido activo es la rendición del espíritu ante la materia, o a la inversa la penetración de la materia por el espíritu.
Tal como explicaba el propio Tapies, el interés por la cruz es consecuencia de la gran variedad de significados, a menudo parciales y aparentemente diferentes, que se le han dado: cruces (y también equis) como coordenadas del espacio, como imagen de lo desconocido, como símbolo del misterio, como señal de un territorio, como marca para sacralizar diferentes lugares, objetos, personas o fragmentos del cuerpo, como estímulo para inspirar sentimientos místicos, para recordar la muerte y, concretamente, la muerte de Cristo, como expresión de un concepto paradójico, como signo matemático, para borrar otra imagen, para manifestar un desacuerdo, para negar algo.
En definitiva, una exposición recomendable.