Gallardón, el emperador de los úteros. Parece una cosa medieval. La historia de un hombre que sueña con pastorear el órgano reproductor de las hembras. Y que lo consigue. ¿Hay perversión mayor?
Poseer un corral del tamaño de un país en el que permanezcan encerradas las vaginas de las mujeres, sus matrices, sus trompas de Falopio, los óvulos que desde las trompas ruedan hasta esa dimensión sagrada (“el aborto es sagrado”); tomar venganza de no haberse dado a luz a sí mismo; regresar, ahora como tirano, al paraíso del que se fue desalojado al nacer. Y sin el peligro de acabar en la cárcel como esos monstruos que raptan a las jóvenes y las reducen en sus sótanos a un ganado doméstico; como esos piernas sin educación que las animalizan hasta que las chicas logran asomar una mano por la ventana para escándalo de las sociedades biempensantes, que tanto hacen sin embargo para favorecer la dominación descrita más arriba.