Constatando una vez más que los gobiernos español y francés se desentienden del asunto porque no quieren entramparse en el juego de un grupúsculo que está acabado, ETA recurre a los intermediarios, a “facilitadores” internacionales y a un grupo de ciudadanos franceses que han tenido la osadía de autodenominarse “artesanos de la paz” cinco años y medio después de que callaran las armas.
Todo ello con la pretensión de que en algún momento los gobiernos español y francés se dejen fotografiar, aunque sea al inventariar un decomiso pactado. Como esa esperanza se desvanece, optan por apelar a la “sociedad civil”, concediendo tal categoría a los entusiastas que presentan la paz como algo todavía pendiente, cuando la paz es esto que tenemos.
El objetivo último para lo que queda de ETA es preservar su pasado eludiendo todo juicio histórico sobre su trayectoria y, por supuesto, negándose a retractarse, mucho menos a arrepentirse, de lo actuado. Según su discurso no es que aquello estuviera bien ni mal, fue inevitable.
Y ahora se ha entrado en otra fase del proceso en la que sobran las armas. Fase a la que los estados español y francés estarían poniendo impedimentos, según ETA, que se habría desarmado mucho antes si los servicios policiales de uno y otro país se lo hubiesen permitido. Como los depósitos están o podrían estar vigilados, son los “artesanos de la paz” quienes afirman haberse hecho cargo de ellos de cara a la escenificación que preparan para el 8 de abril. Escenificación que va en la misma línea de reivindicar el pasado o, cuando menos, impedir que sea objeto del reproche social.
El mero hecho de que el desarme vaya a escenificarse al otro lado de la frontera refleja hasta qué punto la banda continúa instalada en la irrealidad a la que se acogen sus adeptos, porque tampoco tienen otro remedio. Con la vana esperanza de que las autoridades francesas se mostrarán más dispuestas a un tratamiento redentor hacia el pasado de ETA porque nunca atacó frontalmente a la República.