Mañana los británicos mueven pieza en el tablero de una partida global. Cada vez son más parecidos los problemas y las soluciones en los no tan distintos países. Hablar de Theresa May es, en cierto sentido, hablar de Trump o de Rajoy. La alternativas no son tan similares, lo positivo es que las hay.
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Por muchas razones, por su inconsistencia de la que ha dado sobradas pruebas en la campaña, por su ideología fuertemente conservadora, May es la Trump británica. La diferencia más notoria es que ella no hace muecas infantiles de continuo, ni "pucheros" cuando se enfada, ni se pelea con cuantos se encuentra a su paso como el presidente estadounidense. Tampoco juega May en Twitter tanto como Trump. En ese sentido se parece más a Rajoy, huyendo de los periodistas y de debates que la comprometan. Le ha restado simpatías, en el Reino Unido esa actitud importa.
El capitalismo ha ido demasiado lejos. En su crisis y en sus soluciones. Y ha desembocado en el alumbramiento de estos especímenes políticos tan escasamente presentables. Hay más. Pásense por Hungría, por Polonia...
Jeremy Corbyn, el líder laborista más a la izquierda en décadas, al que ni su partido valoraba demasiado, crece ante el descenso de May. Que la canción superventas en el Reino Unido sea 'Liar, liar' llamando mentirosa a la candidata tory no es una anécdota. Muchos británicos empiezan a atar cabos y ven la diferencia entre las promesas de los conservadores y los estragos que han causado. Por ejemplo en el Sistema Nacional de Salud al que Cameron dejó exhausto y hoy se considera prácticamente desahuciado.
Imaginen nuevos vientos en Europa. Los británicos tienen ahora la palabra.