Lo peor que le podría pasar a la moción de censura de Unidos Podemos que hoy se debate en el Congreso es que sus promotores se confundieran de adversario y que lo que está llamado a ser la reprobación del Gobierno de las cloacas se convirtiera en una refriega entre las fuerzas de la oposición para demostrar quién lucha más contra la corrupción, quien es más de izquierdas y, en definitiva, quién la tiene más larga.
Existen razones suficientes para censurar a un Ejecutivo abrasado. De la inteligencia del candidato dependerá que la moción cumpla sus objetivos, entre los que es obvio que no se encuentra el de derribar a Rajoy, sino retratarle a él y a sus ninguneados socios de naranja, y ya de paso redibujar al propio Iglesias como presidenciable, algo que exige diagnósticos y, sobre todo, soluciones. Más que un golpe de efecto, la moción ha de ser un golpe en la mesa, una demostración de que existe una alternativa creíble que no se conforma con pirotecnia y que ha dejado atrás el infantilismo y las pedorretas.
Si en algún momento la moción fue pensada para mostrar las vergüenzas del PSOE, los nuevos acontecimientos deberían hacer que Iglesias reconsidere la estrategia. El tercer gran objetivo de la censura no puede ser el de volar puentes sino el de preparar el camino de un entendimiento inevitable, salvo que lo que se quiera es perpetuar al PP y su cleptocracia. La anunciada abstención de los socialistas es un paso, una señal de predisposición al pacto que no debería ser menospreciada. Tiempo habrá para competir por el tamaño del pene. Lo absurdo ahora sería continuar la guerra.