en la que los catalanes elegirán su Parlamento.
en la que elegiremos el nuevo Parlamento Europeo.

sábado, 22 de enero de 2022

“Si le doy de comer a los pobres me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista” (Hélder Câmara).
Desconfíen de quienes estos días llaman a todo comunismo.

 Que hay un reparto injusto es más que evidente. Para que se hagan una idea: si los diez hombres más ricos del mundo perdieran mañana el 99,999% de su riqueza, seguirían siendo más ricos que el 99% de los habitantes del planeta. La desigualdad explica y atraviesa nuestro presente. 
Quizá por eso la charla celebrada el pasado viernes en Madrid en el Círculo de Bellas Artes entre la vicepresidenta Yolanda Díaz y el economista Thomas Piketty acaparó tanta atención y público. En ellas ambos ponentes expusieron algunos de los retos más urgentes para paliar la desigualdad y crecer en democracia. El francés recordó que en Estados Unidos desde los años treinta hasta los ochenta se aplicaba un tipo impositivo medio del 82% a las rentas más altas. Esa medida que muchos estigmatizarían ahora “no solo no destruyó el capitalismo”, sino que coincidió “con el periodo de máximo dominio estadounidense en su avance económico con respecto al resto del mundo”.


Cada vez surgen más voces en el mundo de la política y la economía que defienden un cambio fiscal y nuevas formas de gravar tributos a los más ricos sin que puedan esquivarlo en paraisos fiscales.

Es a estos reclamos sensatos en busca de una mayor democracia y una menor desigualdad a lo que algunos, con fines electoralistas, llaman comunismo. Si se asume su marco y se evitan debates urgentes por temor a este tipo de acusaciones populistas seguiremos sin poder adaptar las políticas y las leyes a las nuevas realidades de este siglo.