El PP ha convertido el asunto Rivera en un fracaso propio cuando realmente es un éxito para el País

miércoles, 27 de julio de 2022

Hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido.
Y hay cínicos que si lo hacen ellos está bien, pero si lo hace el contrario se rasgan las vestiduras.

 La anécdota se ha contado tantas veces como versiones hay de la misma. El excéntrico Churchill ante un diputado conservador que le comentaba su agitación por estar sentado a su lado en el Parlamento y frente a los enemigos laboristas: “Los que tiene frente a usted son nuestros adversarios. Los enemigos se sientan en nuestro mismo banco”, le espetó. Luego, Adenauer, uno de los padres de Europa, diría aquello de que están “los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido” y Andreotti, que en la vida “hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”. 

Algunos parece que se enteran ahora de que el poder no conoce amigos, si acaso sólo aliados y que estos cambian en función de las coyunturas, aunque en la política todo se viva con una gran intensidad y en las redes sociales todo sea vehemencia e impostura. Cuando el objetivo es llegar al poder o mantenerlo, no hay amistades que valgan, sólo piezas utilizables y descartables. Siempre fue así. En el PSOE, en el PP, en el PNV, en Unidas Podemos, en Ciudadanos y en toda organización política. Sorprendernos ahora de los códigos que utilizan los gobernantes y quienes aspiran a gobernar es un ejercicio de cinismo y una visión tan naif de la realidad política que nos lleva a olvidarnos de la historia reciente y remota. 

Hay que ser muy cínicos para creer que 
Cuando a Pablo Casado lo tiraron sus barones y sus “amigos”  por la ventana de la calle Génova fue un inexorable ejercicio de erudición y sensatez política mientras que cuando Sánchez prescinde de lo que le resta es sólo un líder cesarista y sin escrúpulos con un sentido utilitarista de los afectos, como si estos alguna vez en el PSOE, y en todos los partidos, hubieran sido inquebrantables. Sobran ejemplos y falta memoria y seriedad en las críticas.

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