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martes, 27 de diciembre de 2022

Las expectativas generadas por Felipe VI
son progresivamente menguantes.

  Nadie espera que el jefe del Estado exprese en su discurso de Nochebuena ni en ningún otro, para decirlo todo, una posición contundente ante un problema político.

Las expectativas generadas ante el monólogo de Felipe VI cada 24 de diciembre son progresivamente menguantes, de modo que el tradicional ejercicio de rebuscar entre líneas alguna intencionalidad concreta o algún mensaje subliminal produce cierta pereza.

Este año, el discurso navideño coincide con la mayor crisis institucional en décadas, pero el rey ¿Qué opina de esto?, porque habrá que recordar la función que el artículo 56.1 otorga al monarca expresamente: “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. No vale con pedir a todos "un ejercicio de “responsabilidad” y “reflexionar de manera constructiva” para evitar la “erosión de las instituciones”, no.

Nadie esperaba ni pretendía que el rey soltara este sábado un rapapolvo concreto a alguno de los poderes del Estado, pero desde luego a esa reclamación genérica y equidistante de “responsabilidad” y “reflexión”, o a esa encendida defensa de los valores constitucionales, les falta como mínimo un llamamiento explícito para que quienes llevan cuatro años incumpliendo la Constitución y bloqueando la renovación de sus principales órganos pongan fin a esa actitud antisistema que, sin la menor duda, “erosiona las instituciones” y es un “riesgo” para la democracia.

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