Los vicios de origen de la Constitución de 1978 van haciendo que las instituciones sean cada vez más frágiles y que el sistema político padezca crisis recurrentes de legitimidad, y a la vez son los que lastran el discurso del rey de manera insoslayable. Formalmente el discurso habrá sido correcto y la puesta en escena probablemente para muchos incluso brillante, pero el problema es que en un momento crítico y hasta angustioso como el que estamos atravesando, el discurso del Jefe del Estado no va a tener el mínimo efecto en la sociedad española. Ha entrado por un oído y saldrá por otro. Es así, independientemente de la voluntad del rey.