¡Viva la Pepa! es el grito con el que desde el 19 de marzo de 1812 (festividad de San José) proclamaban los liberales españoles su adhesión a la Constitución de Cádiz (proclamada ese día, y conocida popularmente como la Pepa).
La constitución establecía el sufragio universal masculino indirecto, la soberanía nacional, la monarquía constitucional, la separación de poderes, el derecho a la educación de toda la ciudadanía, la libertad de imprenta, acordaba el reparto de tierras y la libertad de industria, entre otras cosas.
Se convirtió en el hito democrático en la primera mitad el siglo XIX, transcendió a varias constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor parte de los Estados americanos durante y tras su independencia. Sólo por esto ya hubiera merecido la inmortalidad.
La revolución iniciada en Cádiz suscitó la contrarrevolución fernandina, que ha mantenido a España en el túnel oscuro de los regímenes totalitarios y/o absolutistas la mayor parte de estos dos últimos siglos, algo que, como sociedad, todavía lo estamos pagando.
Ahora, y desde la muerte del último dictadorzuelo español, gozamos de una nueva Constitución a la que muchos conciudadanos, todavía, no son capaces de reconocer su valor democrático. Afortunadamente, celebramos el nacimiento y muerte prematura de aquella desde la vitalidad de la que actualmente tenemos. ¡Sepamos aprender de la historia!